miércoles, 27 de marzo de 2013



¿A QUIÉN QUIERES MÁS?



Iba uno de muchacho con sus padres a dar una vuelta por la Calle Mayor o por La Glorieta, si era un día de fiesta grande, o de visita a casa de unos familiares, y siempre te encontrabas a alguien que te hacía esa pregunta tan estúpida como impertinente, tan obvia como inadecuada, mientras tus progenitores te miraban y sonreían, como si se pudiera dudar por un solo instante entre una opción y otra, teniendo en cuenta el pequeño detalle de que es tu madre la que te lleva nueve meses en su barriga, la que te pare con dolor, al menos en aquel tiempo, la que te alimenta y te cuida durante casi toda su vida hasta que muere, pierde el sueño en los primeros meses y no ve más que por tus ojos y no siente más que por todos y cada uno de tus sentidos.
            También soy yo padre y conozco el amor inmenso que he ido acumulando desde que nacieron mis dos vástagos, la ternura, la admiración, el mimo, la preocupación y el orgullo que experimento cada vez que pienso en ellos. Pero me niego a competir con mi esposa en esto. Ella ganaría siempre y con razón.
            Recuerdo que yo solía contestar al modo salomónico, aunque mentía como un bellaco. Claro que quería a mi madre y a mi padre, pero, en absoluto, del mismo modo. Es más, no creo que nadie pueda querer con la misma intensidad al uno y a la otra, salvo que medien problemas psicológicos de alguna clase. Uno es hijo de su madre desde el origen y para siempre, y en el camino se encuentra a un hombre, de gesto severo, que además de abrazarlo con rudeza, pone orden en su vida, le recrimina de forma constante su comportamiento y, si al caso viene, le da algún azote. Es verdad que una madre te los da también, pero ella siempre lleva razón y, si no la lleva, terminamos por dársela.
            Aquellos eran unos años de un paternalismo atroz, pues en la tierra nos gobernaba con mano dura un hombre y desde el cielo se asomaba otro hombre de rostro barbado y gesto adusto. Cuando abríamos los libros de la escuela, descubríamos la figura bizarra del Cid, el busto desabrido de Lope de Vega o de Cervantes, mientras que las mujeres solían llevar hábito eclesiástico o eran tan poco agraciadas y tenían tan mala fama como Isabel de Castilla.
            No cabe duda de que aquel era un mundo de hombres, donde las mujeres decían más de lo que, en principio, se les permitía decir, pero siempre de puertas para adentro, con autoridad pero en voz baja.
            El patriarcado, como modelo antropológico no resulta ni tan antiguo ni tan razonable como su versión opuesta, es decir, la mujer como centro de la tribu y de la vida, pues de lo que nunca ha habido duda es de que cada uno de nosotros procede de su madre, sobre todo en aquellos días en que nacíamos en los dormitorios matrimoniales, y no intervenían personas ajenas a la familia en el parto. De hecho en alguna tribu y en alguna época el matriarcado fue la norma, y nadie se preocupaba de quién era su padre, sino tan solo de la mujer que debía darle de mamar y debía protegerlo. La leona atiende a sus cachorros y caza también para ellos, mientras el macho dormita durante horas en la extensa sabana. Los pastores de cabras o de ovejas no necesitan tantos carneros y machos cabríos como cabras y ovejas para criar sus rebaños, con unos pocos les sobra para cubrir a la manada; el toro bravo que se lidia en las plazas recibe el nombre en masculino de su madre, pero también recibe la bravura; de hecho únicamente se tientan hembras en las fincas para seleccionar la mejor raza.
            Mi padre siempre prefería un perro, un gato o cualquier otro animal hembra, porque aseguraba que eran más inteligentes y más leales, llevaban en su condición y en su instinto animal la enorme responsabilidad de engrandecer la especie, de protegerla y de perpetuarla. Tampoco en las colmenas eran demasiado importantes los zánganos, cuya labor reproductora constituía la totalidad de su participación en el enjambre. No es excepcional que en determinadas especies, cuando la hembra consigue ser fecundada, se deshaga del macho, como si ya no tuviera otra utilidad y, en cambio, suponga una carga onerosa para el resto de los individuos.
            Reconozco con pudor que mi supuesto feminismo está basado en una excelente y muy cómoda relación con la mayor parte de las mujeres de mi vida, que me lo han hecho muy fácil todo y me han permitido desarrollar  mi tiempo y mis capacidades, desde mi madre, que me preparaba la leche y los bocadillos cada mañana, realizaba todas las labores de la casa y me atendía en cada detalle hasta mi esposa que a todo lo anterior ha añadido  el cuidado de mis hijos y ese imprescindible mimo amoroso que permite a hombres y a mujeres disfrutar de la piel y los sentidos en absoluta libertad.
            Por eso, educo a mis hijos para que respeten a su madre y la distingan siempre de mí, porque no me importaría en absoluto que a la pregunta del inicio de este artículo respondieran sin coacciones y sin prejuicios, con la verdad por delante.
            Por cierto, ¿a quién quiere usted más, a su padre o a su madre?
           
           
                                               

sábado, 23 de marzo de 2013



OCHENTA POR HORA



Todo iba, por entonces, a ochenta por hora, a una velocidad vertiginosa que los muchachos de aquel tiempo considerábamos trepidante y desenfrenada, no solo los coches y las motos sobre aquellas infames, polvorientas y peligrosas carreteras de mi infancia, donde el único firme era el polvo y los baches infinitos, sino cualquier objeto, persona o idea, porque el modelo máximo de ligereza eran estos dos dígitos, un tótem de modernidad y tecnología, que nos gustaba repetir con solvencia de muchachos casi posmodernos, como si a partir de aquel momento fuese muy difícil rebasar esos límites inimaginables.
            A ochenta por hora bajábamos los críos por las calles del Castillo subidos en vehículos imaginarios que rugían al son de nuestras propias gargantas, tomaban curvas peligrosas, descendían obstáculos imposibles y, de vez en cuando, atropellaban a algún incauto. A ochenta por hora iban los hombres a la huerta porque se les hacía tarde y empezaba a amanecerles, erguidos sobre las altas burras adormiladas, y las mujeres, presurosas y dispuestas carretera adelante hacia la fábrica de conservas donde, a ochenta por hora, pasarían una buena parte del día, deshuesando albaricoques o melocotones, embotando fruta variada o cargando palés que los hombres conducirían a ochenta por hora hasta los camiones.
            Lástima que los diferentes dueños de aquellas fábricas, casi siempre ruinosas y efímeras, no alcanzaran nunca esta celeridad y tardaran todo un año, a veces toda una vida, para pagarles a las mujeres aquel sueldo miserable que se habían ganado con tanta premura y tanto sacrificio.
En la vendimia, en Francia, era cada cual responsable de su hilera, renga la llamábamos, y en ella se afanaba diligente para cortar todos los racimos de uva de cada parra, echarlos en el cubo y vaciarlos en el remolque del tractor que al fin de la jornada lo llevaría al lugar donde habría de prensarse para elaborar el vino. Volvíamos tarde a comer y con muy poco tiempo, pues muy pronto habríamos de regresar al tajo, así que mujeres y hombres hacían la comida y se la comían a todo tren, pues, pese a que por aquellos días el estrés no se había puesto de moda todavía y, por lo tanto, no lo padecía nadie, el ritmo de la vida en este trance resultaba apresurado sin duda.
            Todos los trabajos requerían un ritmo vivo para que la producción fuese la adecuada y el sueldo de los peones rentable; en ocasiones, se establecían pequeñas competiciones improvisadas entre los propios jornaleros para demostrarse a sí mismos y a los otros sus habilidades con las tijeras de podar, su destreza para descubrir las uvas, cortarlas y llenar los cubos.
El hombre de la ciudad ha contemplado siempre el campo como un terreno sereno y plácido donde la existencia transcurre en calma, pero lo cierto es que hombres y mujeres se levantaban con las primeras luces, daban de comer a los animales, iban a por agua a la fuente para el consumo, y cuando tenían la casa, los corrales y el pajar en orden, se dirigían a la huerta o a la era y a ochenta por hora faenaban durante todo el día de sol a sol, descansando lo mínimo para comer y liar un cigarro, beber agua del cántaro fresco y mirar con recelo al cielo por donde siempre venían los males. 
Además, las mujeres engendraban, parían y criaban muchos hijos, porque por aquellos días el mundo necesitaba manos, esclavos y estómagos vacíos de una forma inexplicable, y nunca descuidaban sus labores domésticas: cosían, remendaban, cocinaban, fregaban y lavaban a mano durante horas, con un crío pegado a uno de sus pechos y los otros gateando a su alrededor, devolviendo vida a la vida, a veces solas, porque el marido había muerto, pero voluntariosas siempre, decididas a sacar adelante la casa y a su prole, valerosas y casi heroicas.
            La prisa ha espoleado de un modo paradójico al hombre del campo, enfrascado en mil tareas que debía afrontar en un tiempo concreto, antes de que llegara la canícula, se metieran los fríos del invierno, cayeran las lluvias de septiembre o las nieves de febrero. El clima, las lunas, las temporadas, las plagas y todas las inclemencias amenazaban su suerte y entristecían su vigilia. Era preciso correr para recolectar la oliva antes de que los vientos de marzo la echaran al suelo, o vendimiar la uva que ya estaba madura y se pudriría si llegaban las lluvias o se la comerían los grajos, o segar y recoger los haces de trigo no fuera a caer una tormenta de verano y lo echara a perder todo.
            Cada noche el padre y la madre trazaban los planes para el día siguiente. Acarrear el agua de la fuente más cercana, arrancar las patatas de la tierra, matar el cerdo, preparar la comida para todos, descascarotar las almendras que habían traído del secano  aquel mismo día, meter los tomates en botes al baño maría para todo el año, enristrar los pimientos, secar los higos, partir las almendras, salar los jamones, labrar la tierra.
            Lo dicho, a ochenta por hora.

                                              

domingo, 17 de marzo de 2013


ARSENIO SÁNCHEZ NAVARRO. UN MORATALLERO ILUSTRE Y UN AMIGO


Reconozco que lo conocí muy tarde y lamento que haya sido así, porque de haber tenido más tiempo, habríamos compartido más cosas y nos habrían unido otros asuntos, demás de su amor incondicional a Moratalla y de su inclinación por la literatura, aunque era todo un personaje en el mundo de los negocios, y dedicó buena parte de su vida a levantar ese emporio del que fue secretario durante muchos años, llamado FREMM.
            Un amigo común me advirtió hace más de tres lustros de que conocía a un compatriota mío que se refería a mí y a mis libros en un tono muy elogioso y con absoluta admiración. Es posible que, en un alarde de modestia, no le concediera yo entonces demasiada importancia, hasta que un día me informó de que aquel hombre acababa de publicar un libro donde escribia sobre nuestro pueblo y me dedicaba unas palabras ensalzando mis libros y poniéndome como ejemplo de moratallero ilustre. “De Moratalla a Murcia” se titulaba aquella obra y en ella tenía la generosidad de referirse a mi persona en términos excepcionales, sobre todo teniendo en cuenta que todavía no nos habíamos saludado siquiera: “El escritor y poeta moratallero, posiblemente el más grande, Pascual García…” y proseguía transcribiendo uno de mis poemas donde se reflejaban los recuerdos del frío en la infancia  y la emoción de la nostalgia.
            No tuve más remedio, por supuesto, que llamarlo por teléfono y, como hago siempre que alguien escribe bien sobre mí, agradecerle en primera persona su comentario encomiástico. En aquella conversación ya me di cuenta de que estaba ante un personaje excepcional, no sólo inteligente y lúcido, sino dotado de una humanidad fabulosa, cercano, discreto y tan humilde como suelen serlo siempre los hombres grandes.
            Como yo, como la media moratallera, Arsenio Sánchez Navarro era un hombre de estatura baja, pero de una personalidad enérgica, resuelto y amable al mismo tiempo, franco y afectuoso, decidido, afable y sencillo como un hombre que había vivido mucho, había reflexionado bastante y se había diseñado una idea sobre la vida y el mundo tan real como afectuosa.
            Durante algunos años, bien es verdad que no muchos, fuimos encontrándonos en diversos foros, leyó mis libros que fui regalándole con mucho gusto, porque me constaba que era un gran lector y un lector exigente, y nunca dejó de hacerme alguna observación siempre cordial, orgulloso de compartir conmigo la tierra de origen, de proclamarse moratallero como yo. Reconozco que cuando uno encuentra a un ser humano de la valía profesional e intelectual de Arsenio, de su talante liberal y desprendido, de su carácter risueño y hospitalario, y alcanza el privilegio de ser amigo suyo, pese al escaso tiempo que nos otorga la vida, la experiencia resulta inestimable y la huella que deja su ausencia, ahora que ya no se encuentra con nosotros, imposible casi de ocupar de nuevo.
            Es verdad que los amigos los tiene uno como un privilegio quizás inmerecido, porque a veces no les dedica el tiempo y el interés que debiera; tal vez por eso, son amigos, porque no exigen nada, porque están cuando uno los necesita. Yo puedo decir que Arsenio estuvo en el momento en que me hizo falta su buena mano, su prodigalidad y su devoción a cuanto yo había escrito.
            Me gustaría corresponderle ahora, en estos momentos de tristeza y de ausencia; mandarles desde esta página un abrazo a su viuda y un apretón de manos a sus hijos, expresarles mi  sentimiento y acompañarlos en su dolor, que también es el mío, porque todos los días no nos deja un moratallero de  su talla, un hombre de bien y un amigo. Descanse en paz.
                       


            


PEDANTE POR DEFECTO



La versión más extendida y conocida del pedante es la del que usa el idioma de un modo exagerado, altanería y engreimiento, es decir, la del que habla o escribe por encima de su interlocutor con el propósito de apabullarlo, menoscabarlo o disminuirlo de algún modo. El lenguaje es, qué duda cabe, también poder, no tanto como el poder real o como el poder económico, pero signo de distinción, al fin y al cabo, y arma  muy útil para la consecución de algunos objetivos.
         Yo me he topado en mi vida con alguno de estos individuos, pero hace tiempo que vengo observando el fenómeno contrario, es decir, la pedantería por defecto, la voluntad de dejar claro que uno es de pueblo cerrado, aunque no lo sea, que no tiene estudios, aunque haya cursado ingeniería con éxito, que no domina un nivel medio de lenguaje, aunque haya elaborado toda una tesis.
         Reconozco que la campechanía excesiva me aturde, sobre todo cuando no es natural ni verdadera, sino que nace de la certeza de ser superior al otro, pero con el empeño radical de que parezca lo contrario, como si nos avergonzáramos de lo que somos, de haber empezado en un punto de la vida y del camino y haber avanzado hasta alcanzar otro punto, como si nos pusiéramos a la defensiva de aquellos que pueden pensar que ya no somos los que éramos al inicio.
         Por supuesto que nunca somos del todo los que éramos, que el tiempo, los amigos, los estudios, la experiencia y nuestro entorno nos van cambiando irremediablemente. Tenemos siempre la opción de volver al origen, a los colegas de la infancia y a la familia  en una estado normal, sin pretender a ultranza que no sólo no nos hemos movido  ni un centímetro del sitio del que partimos, sino que estamos aún más atrás que aquellos que se quedaron.
         El pedante por defecto es fastidioso y pesado, más murciano que nadie, más de la huerta que nadie, más de todos los tópicos que nadie; suele hablar alto y basto para que quede clara su procedencia rústica y a veces echa mano de uno de esos términos panochos que deberíamos ir olvidando, porque ni la ciencia ni la cultura de élite, ni la política ni el arte han reconocido dicha lengua todavía y hasta es posible que no lo hagan nunca.
         Uno debe ser lo que es en cada tramo de su vida y apechugar con ello y saber llevarlo adelante, y para esto no necesita olvidar sus orígenes en absoluto, sino muy al contrario, puede reivindicarlos con sencillez y discreción, porque, al cabo, nadie es mejor por haber nacido en un pueblo o en otro, por usar una u otra lengua o por haber estudiado determinadas materias o no.
         El pedante por defecto es un falso  paleto que, en el fondo, se está riendo de nosotros cuando interpreta su papel, es un tramposo que juega con las cartas marcadas y que se sabe impune, porque está por encima, en el otro lado y es diferente. En cambio, no posee el valor justo para defender su trinchera o para tendernos una mano franca sin máscaras o enjuagues. Ya he dicho que uno es lo que es y lo que toca es afrontar lo bueno o lo malo, lo que nos haya caído en suerte.
         Yo fui pastor o, mejor dicho, ocasional ayudante de pastor, ocasional jornalero y peón eventual, porque para ser todo esto que he enumerado y hacerlo bien, hay que saber bastante y tener muchas ganas. Envidiaba entonces, y todavía lo sigo haciendo, a los hombres y a las mujeres que no se arredraban ante las fatigas del tajo y los rigores de las faenas esforzadas. Pero yo quise ser siempre otra cosa y empujé en esa dirección hasta casi lograr mi anhelo, pues en ello estoy aún.
         A estas alturas de la película ningún pedante de medio pelo, ni por exceso ni por defecto, me va a enmendar la plana, que ya tengo cincuenta tacos y estoy de vuelta de algunas cosas.



                                      

sábado, 9 de marzo de 2013


MANUAL DE INSTRUCCIONES



Nunca logré leerme hasta el final ninguno de esos latosos, soporíferos y obtusos manuales de instrucciones, que nos llegan en las cajas de los electrodomésticos, las cámaras fotográficas, los muebles del Ikea o los juguetes que les compramos a los hijos en los grandes almacenes. No se trata de un gesto de desprecio a la labor afanosa y eficaz tal vez de unos escritores y descriptores de los misterios técnicos del aparato en cuestión. Bueno, lo de aparato, a veces, es excesivo, porque hasta el juguete de plástico que se halla en el interior de los huevos de chocolate kinder contiene sus propias instrucciones para montarlo.
            Digo que no es desprecio, es incapacidad para entender el texto, escrito en varios idiomas, pero casi siempre traducido al castellano, mal traducido, eso sí, pésimamente  traducido, pero tampoco es sólo eso, es que me aburre de una manera mortal la lectura de todos y cada uno de los pasos que debemos seguir para que el trasto de turno termine funcionando.
            Recuerdo la noche de Reyes que pasamos mi mujer y yo construyendo de nuevo aquel informe amasijo de hierros, tornillos y ruedas que constituía el interior de una caja enorme donde debía haber una bicicleta, eso compramos al menos, una elemental bicicleta de toda la vida, con un manillar, un sillín, dos ruedas, unos pedales y una cadena.
            Tengo la suerte de que mi mujer posee una gran imaginación visual, no obstante es pintora entre otras cosas, y una especial habilidad para los trabajos manuales. De modo que ella dirigía las operaciones de ensamblaje y yo me limitaba a apretar las tuercas con todas mis energías, para que el regalo de marras estuviese dispuesto a la mañana siguiente. Ni que decir tiene que, mientras mi mujer se devanaba los sesos intentando encajar todo aquel desparrame metálico que dejamos en el suelo, yo blasfemaba en arameo y sudaba sin conseguir del todo el propósito  de darle forma definitiva a aquel pequeño plano en clave misteriosa que habían adjuntado a las piezas con el objetivo quizás de torturarnos a ambos  unas horas antes de que llegaran los tres Magos de Oriente y nos dejaran de una forma misteriosa justo aquello que les habíamos pedido.
            Ya andaba yo nervioso, porque casi los veía venir y, sorprendidos por nuestra presencia molesta, volverse otra vez a las tierras calcinadas de donde venían sin dejarnos ni siquiera unos míseros pedazos de carbón.
            Como siempre, fue mi mujer la que consiguió, ya a altas horas de la madrugada y con los ilustres visitantes a punto de aparecer, resolver la ecuación de tercer o cuarto grado en que consistía aquel caos de piezas sueltas que yacía a nuestros pies.
            Yo creo que si dilucidar el enigma de la bicicleta desguazada y vuelta a recomponer, seremos capaces incluso de solventar asuntos más peliagudos, y hasta es posible que llevemos a buen puerto y hasta el final este barco, no siempre estable ni seguro, del matrimonio, en el que tantos naufragan últimamente. A lo mejor, más de uno necesita una larga sesión de bricolaje con un oscuro e ininteligible manual de instrucciones.
            Hoy por hoy ya no es posible comprar nada, si no es a trozos, despedazado de manera conveniente  en el interior de una envoltura cualquiera, donde encontraremos, sin lugar a dudas, un siniestro, inescrutable e ilegible manual de instrucciones.
            Quizás, si tomara aliento, me cargara de toda la paciencia del mundo, desplegara con lentitud el prospecto de letra diminuta y me aplicara confiado y sereno al desciframiento concienzudo de cada  una de las órdenes y reglas, ilustradas vagamente en los gráficos intrincados y en las oscuras fotografías, numeradas y dispuestas para que una mente más clara que la mía, más inteligente tal vez, pueda seguir las enseñanzas que encierra el impenetrable catálogo de disposiciones y directrices, sería capaz, al cabo de algunas horas de sufrimiento, sudor y pesadumbre, de componer una elemental, discreta, cómoda y sencilla mesa de escritorio.
            Con lo fácil que es elegirla en el sitio, pagarla en la caja y cargarla en el maletero del coche.  Sin llevarte trabajo a casa ni tomar disgustos.


                                              

EL PENSAMIENTO ÚNICO




El arroz con pollo o con conejo de los domingos, duro o blando, caldoso o seco, la fiesta, alcohólica, musical o erótica de los sábados por la noche (sábado sabadete…), la misa de doce de los días de fiesta, el paseo por la tarde de los domingos,  todos los políticos son unos ladrones, trabajar durante muchas horas para rendir más, dormir seis o siete, mi pueblo es el mejor y el dinero lo puede todo, a las mujeres no les gusta hacer el amor y los hombres sólo piensan en una cosa, casarse de blanco, casarse, no casarse, leer aburre y la inteligencia da miedo, el que grita tiene la razón, el pez grande se come al pez chico y si no tienes padrino no te bautizas, el dinero es lo único importante, la postergada y eterna revolución agraria, la postergada y eterna revolución, la tarta omnipresente de todos los cumpleaños, las mujeres guapas son tontas, el trabajo dignifica, a mí no me gusta criticar, pero…, mañana empiezo sin más dilación, votar no sirve para nada, señores y señoras, estimado público, le acompaño en su sentimiento, si me hubieses visto de joven, parecía otro…, el hambre que pasamos, el hambre que pasaron todos, ahora vivís como reyes, yo habría llegado muy lejos si me hubiesen dejado, la casa en la huerta o en el campo, el apartamento en la playa, la mujer, el coche, la pluma y el caballo no se dejan nunca,… la amante debe ser más guapa que la esposa, el café a media tarde.
            Llevo toda la vida trabajando, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, nene, estate quieto, no me gustan las películas lentas ni la música moderna ni la música clásica ni el vino, porque es cosa de viejos. Cubatas y cerveza es lo que bebo y como patatas fritas, pizzas y hamburguesas, como las que hacía mi bisabuela en El Salto allá por los últimos años del siglo XIX, el tabaco mata y la guerra enriquece a los traficantes de armas, lávate el pelo con champú anticaspa y sopla la sopa para no quemarte, el que la hace que la pague, ojo por ojo, diente por diente, eso no da dinero, de perdidos al río, olvídate de ella, cuanto antes mejor, hazme caso, todo pasa.
            No mires a las mujeres porque estás casado, no me gustan las mujeres porque  estoy casado, no sé cocinar porque soy un inútil, no me gustan los hombres, pero eso no se piensa ni se dice. Estamos en crisis y todo sigue igual; no desayuné en una cafetería hasta pasados los veinte ni comí en un restaurante ni me compré un traje a medida ni viajé de vacaciones.
            Hoy desayuna todo el mundo en las cafeterías, porque estamos en mitad de una crisis espeluznante, la salud es lo primero, con el euro hemos perdido poder adquisitivo, la muerte no perdona a nadie, la semana que viene me apunto a un gimnasio, si no sabes inglés no vas a ninguna parte, las matemáticas son fundamentales, madre no hay más que una, antes llovía más a menudo, la fruta ya no sabe a nada, los colegios de pago son mejores, si vienen los comunistas nos quitarán las tierras.
            Los viejos estorban y los niños están mejor acostados y durmiendo; las mujeres nos mangonean a placer, pero yo mando en mi casa; el Madrid ganará la liga este año, los hombres solo hablan de fútbol y de mujeres, y las mujeres, de trapitos y de famosos, no a la guerra, sí a la vida, las batallitas del abuelo son insoportables, la tele es una basura, el cine español no vale, nadie ha leído el Quijote, el matrimonio es un vínculo indisoluble, el amor es para siempre.
            Las bicicletas son para el verano, haz el amor y no la guerra, el carril bici resulta imprescindible, protejamos las ballenas y que le vayan dando al tercer mundo, América está siempre en guerra, como la vida en el pueblo no hay nada, este año me quedará el latín, el profesor me tiene manía, soy gordo, llevo gafas, soy demasiado alto, soy bajo, tengo los pies grandes, tengo los pies pequeños, me sobran kilos, estoy a dieta, siempre estoy a dieta, a los hombres les gustan las mujeres delgadas.
            Ducha diaria, cambio diario de ropa, las aguas están contaminadas, cualquier tiempo pasado fue mejor, nunca triunfaré del todo, los hijos son lo más importante, el amor no pasa nunca, Casablanca, bocadillo de atún con mahonesa, café, copa y puro, carne y pescado, gambas frescas, los mejores cocineros son hombres. Comer sin sal. Comer sin azúcar. Comer sin grasas. Comer poco. No comer. No.
            La imaginación al poder, no te fastidia.