tag:blogger.com,1999:blog-81365591448566608352024-02-19T23:30:43.940-08:00Tiempo de abrazarPascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.comBlogger110125tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-84312611772057216682013-10-06T04:48:00.002-07:002013-10-06T04:48:33.383-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;">UNAS MANOS EXPERTAS Y FUERTES<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;">Cada Domingo de Ramos me trenzaba con extrema pericia
mi abuelo Pascual una vistosa sortija de
palma, perfecta en su tosca artesanía. Era hábil con las manos, porque había
vivido un tiempo de precariedad en el que casi todo se lo hacía uno, incluida
la comida que plantaba, si tenía la suerte de tener tierra y un poco de agua.
Era frecuente verlo en la puerta de mi casa, que también era la suya, haciendo
y deshaciendo aquella labor interminable del esparto, que él sabía convertir en
guitas para cerrar los sacos, en sogas más recias para atar la carga de la
burra, en capazos que llenaríamos con almendras u olivas, en pleita para
serones y agüeras y en otros pequeños trabajos, como cestos, cernachos para
meter los caracoles, baleos para aventar la oliva, esteras para la entrada de
las casas, botellas enguitadas para mantenerlas más tiempo húmedas y frescas o
aparejos para las bestias de carga.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Nadie
sabe lo duro que es arrancar esparto, salvo aquellos que han trabajado durante
toda su vida en esta faena fatigosa, áspera y mal remunerada, en el monte, al
albur del frío o del calor, cargados con los haces que habrían de vender aquel
mismo día.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Subía
muy a menudo un hombre de estatura pequeña y andar renqueante, que respondía al
nombre de Julián, por mi calle hasta la piedra lisa y grande que hay en la
misma puerta del castillo. Llevaba una buena brazada de esparto y una maza de
madera, que blandía con una firmeza y una seguridad insólitas para la escasa
envergadura y los muchos años del hombrecillo. Golpeaba insistente y metódico
durante toda la mañana hasta blandear la fibra moldeable con la que después
podrían fabricarse tantos utensilios de variado uso.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Picar
esparto era un afán tan duro como arrancarlo, de una monotonía atroz y rudo
como el oficio de un herrero que ha de dar forma al metal sobre el yunque,
golpe a golpe. Desde mi casa podía oírse la música monocorde y constante de la
maza en el quehacer tradicional de un hombre cuya voluntad obraba el milagro de
transformar la naturaleza en industria y la barbarie en progreso. Regresaba,
menudo y nervioso, pasadas unas horas, calle abajo, con su maza y el esparto
todo atado en un fajo, echado el jornal, al cabo, hasta el día siguiente.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Hemos
olvidado demasiados oficios, cuyos únicos protagonistas eran unas manos
expertas y fuertes, porque hoy todo se
hace con máquinas y desconocemos de dónde vienen las cosas y quien las crea
verdaderamente, cómo se plantan las patatas, los tomates o los árboles
frutales, qué rigores es preciso padecer para obtener el fruto de la tierra y
alimentar a la familia.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> En
cambio, yo era testigo de pequeño de la habilidad manual de mi abuelo mientras
hacía una guita o de la tenacidad del hombre que subía cada tarde con el
esparto y una maza, condenado a golpear la piedra hasta lograr su empeño.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Era el
esparto, entonces, una materia abundante y humilde de la que se podía vivir con
coraje y estrechuras, porque los hombres que se dedicaban a esto eran osados y
valientes y sus mujeres capaces de convertir una paga exigua en un salario de
hambre, pero suficiente. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Dejo
constancia aquí de mi admiración por sus agallas, de su sacrificio de héroes
invencibles, que únicamente el tiempo lograría abatir, como viene siendo desde
antiguo su costumbre.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-45432080473418320002013-10-06T04:32:00.002-07:002013-10-06T04:46:58.380-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;">UN MUNDO TAN MAL REPARTIDO<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;">Afirma la sabiduría popular, no sin cierto gracejo,
que los ricos tienen porque no gastan, pero tengo la impresión de que no es del
todo verdad y de que a veces los de abajo inventamos nuestro propio acervo para
desquitarnos de tanta mala suerte, porque no concebimos que unos pocos sumen
tanto y que el azar de la existencia haya sido tan arbitrario con otros. Es
difícil admitir que la belleza y la inteligencia o el lujo y la felicidad o la
opulencia y la honradez sucedan a un mismo
tiempo y afecten a las mismas personas. Y, sin embargo, la realidad es tozuda
y, casi siempre, una hija de su madre, y las cosas son como son o como cantaba
Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.”<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Los
que sufrimos su rigor intentamos matizar su contundencia, en apariencia,
inverosímil. Por eso, cuando se me ocurre alabar delante de mi esposa la
belleza de una actriz de moda, guapa, rica y, a menudo, inteligente (un error, por supuesto, de grandes
dimensiones) suele ponerme al día de sus muchas operaciones estéticas y de sus
innumerables y caras trampas físicas, afeites, maquillajes o sahumerios varios.
Y a mí no se me ocurre otra salida que optar por un silencio desencantado y
culpable.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Da
rabia, es cierto, constatar que el mundo esté tan mal repartido, que unos pocos
dispongan de tantos bienes y al resto de la masa se nos condene al ejercicio
malsano de la envidia. Resulta imposible explicar las desigualdades que diezman
el planeta, pero constituye todo un enigma
esa tenaz casualidad de las virtudes y los premios en un grupo muy
determinado, como si la genética, caprichosa como un dios burlón, jugara con
cartas marcadas esta desquiciada partida de la vida. O, quizás ocurra que el
dinero y el poder embellecen a los hombres y a las mujeres e, incluso, los
menos agraciados devienen atractivos si ocupan un lugar de privilegio en la
sociedad, visten y calzan con lujo y departen con sus amigos y con su familia
con rico desparpajo y actitud solvente.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> El
pobre, el humilde balbucea inseguro y sonríe menos, porque no tiene motivos.
Nos importunan las muchas inseguridades de nuestro acontecer diario: los
imprevistos de la salud, que no podremos resolver en una clínica cara y en
manos de un médico exclusivo, las impertinencias de nuestra economía que es
gobernada misteriosamente por la economía de los otros, la fatiga de un trabajo
obligatorio, al que hemos terminado adorando como al becerro de oro, a pesar de
que los adelantos de la tecnología y de la ciencia iban a conducirnos en
principio a una sociedad del ocio y de la cultura, la servidumbre de la familia
y del lugar donde nacemos y, al fin, la condena segura de la muerte, que, por
fortuna, afecta a todos, aunque no del mismo modo, desde luego. Incluso aquí y,
sobre todo aquí, la mala suerte nos golpea también. Morir para algunos es un
lento y casi agradable nirvana, un irse hacia
los territorios del sueño eterno, un despojarse sin violencia de las ataduras
terrenales. El dolor, la precariedad y la ausencia de compañía y alivio en esas
últimas horas es para otros, para la mayoría, una constante habitual.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> A lo
largo de la historia se han desatado oleadas de odio y de violencia vengativa,
revoluciones sangrientas y radicales, guerras de una mayoría enfurecida contra
una minoría escogida que, en ocasiones, hemos achacado a la terrible condición
humana, cruel por definición y homicida a veces, pero no hemos reparado de
manera suficiente en ese contumaz desequilibrio de poderes, posesiones y prebendas,
inexplicable, irracional y, sobre todo, injusto.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> No me
gusta dar consejos a nadie, pero yo me abstendría, en estos años de carencias y
dificultades varias, de mostrar en exceso y públicamente alguna especie de
ostentación o signo de riqueza.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> El que
quita la ocasión… ya me entienden. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Tahoma","sans-serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> <o:p></o:p></span></div>
</div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-76233352903765415122013-10-06T04:29:00.002-07:002013-10-06T04:29:49.471-07:00<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";">SEA LO QUE
DIOS QUIERA<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";">Era
cómodo aquel gesto, aquellas palabras de alivio íntimo con las que se
clausuraba cualquiera amago de deseo, cualquier iniciativa o un peligro
incierto. Vengo explicando durante bastantes años algunos aspectos ideológicos
de lo que se denomina la Edad Media a mis alumnos, entre los que destaco su
evidente carácter teocéntrico o teocrático que, para el caso, igual da; es
decir, la constatación de que todo sucedía alrededor de la idea inamovible de
un Dios todopoderoso, que regía desde las alturas los destinos del hombre y que una vez ante su presencia juzgaba inclemente lo bueno
o lo malo que uno hubiese cometido a lo largo de su pequeña y mezquina vida.
Eran, por tanto, las enfermedades, las escasas alegrías, la venida de los hijos,
la muerte de los seres queridos, el logro de cierta empresa o el hallazgo del
amor eterno concesiones todas de lo más alto, del que mandaba las penas y las
venturas, al que se le debían las epidemias y las buenas cosechas, el aborto
inesperado de una nube amenazadora o los grandes cataclismos, el roce de una
mano suave junto al fuego de la noche y el pan de cada día.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> La existencia de todos pendía de un
hilo demasiado fino, y solo Dios protegía aquel azar con su infinita
magnanimidad. Algo parecido sucedía en mi infancia o, al menos, ése es el
recuerdo que yo conservo. Nuestras vidas estaban sujetas a un determinismo
implacable y, en ocasiones, cruel; las enfermedades se curaban con oraciones,
ensalmos y mucha devoción, aunque a veces el médico de turno echaba una mano.
Los partos traían sus dificultades, sobre todo cuando las mujeres vivían en la
sierra y eran ayudadas sólo por otras mujeres, sin especialistas, comadaronas o
practicantes. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> En mi barrio morían a menudo bebés
recién nacidos o niños de poco tiempo y los
enfermos de cáncer agonizaban durante meses en un estado insoportable y sin
otro consuelo que el de los rezos de la
familia y los vecinos y la visita de algún cura de vez en cuando. ¡Que sea lo
que Dios quiera! Se escuchaba con demasiada frecuencia en la calle y en las
casas, porque el hombre tenía un exiguo margen de poder y no le quedaba otro
que la resignación y la aquiescencia a las leyes inexorables del ámbito
espiritual. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Las jóvenes en edad de casarse se
encomendaban al santo de turno y, cuando persistía la estación seca, los
hombres sacaban a Jesucristo Aparecido hasta la Plaza de la Iglesia para pedir
al Altísimo por la salvación de las cosechas y la prosperidad de los ganados;
pueblo, campos y cañadas vivían al albur del capricho del cielo y todo parecía
transitorio, efímero, pasajero y sin valor, como algunos siglos atrás había
sucedido antes de que el humanismo grecolatino y la imprenta irrumpieran en una
Europa castigada por la sombra de la incultura y de las enfermedades.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Todo era, en fin, culpa o privilegio
divino. Moratalla, como tantos otros pueblos, bajo la penumbra espesa de un
Régimen oscuro, se debatía entre el miedo al más allá y el pánico a los poderes
temporales. Por eso, los hijos venían cuando y como Dios los mandaba, la
existencia era corta y ardua, y todos los dolores eran penitencias ofrecidas a
Dios, que los enviaba porque, a buen seguro, los merecíamos, como traía
demasiados hijos, demasiados trabajos y demasiada miseria. Algo habríamos hecho
mal para tantas estrecheces y calamidades y, por otro lado, siempre nos quedaba
la opción de encomendarnos a su arbitrio y a su voluntad: ¡Que sea lo que Dios
quiera! Repetíamos seguros de que la fórmula podría librarnos del mal, de
cualquier mal y a cualquier hora. Pero la vida proseguía ajena a nuestras
supersticiones, terca e imparable como un río indómito, firme en su rumbo,
impredecible y caprichosa, como suele ser desde el inicio de los tiempos hasta
la fecha.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> <o:p></o:p></span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-46812256769123411152013-10-06T04:27:00.001-07:002013-10-06T04:27:34.351-07:00Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-22626731778608615842013-10-06T04:24:00.002-07:002013-10-06T04:24:24.524-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";">¿DE
QUÉ TE RÍES?<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";">No
digo yo que nos ríamos con maldad o con saña, pero si la persona que va contigo
o la que se cruza a tu lado da un traspiés y se cae al suelo en mitad de la
calle, no podemos reprimir una media sonrisa de no se sabe qué, acaso regocijo
por la ridícula escena o alivio porque ha sido otro el protagonista de un
accidente fortuito; tanto es así que si nos sucede a nosotros el caso, solemos
incorporarnos rápidamente, sacudirnos el polvo como si nada, mirar de reojo por
si alguien nos ha visto y, de una forma disimulada, hacer mutis por el foro sin
un solo aspaviento, por mucho que nos duela el costalazo y aunque nos hayamos
roto un par de costillas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Dala impresión de que nos regocije el
mal de los otros y si éste es repentino y violento, entonces ya nadie puede
detener nuestra incomprensible alegría. Quizás el colmo de la dicha no es solo
lo mucho bueno que nos ocura a nosotros, sino también, y al mismo tiempo, lo
malo que les acontezca a los demás. Nuestro hartazgo no está completo si no vislumbramos
signos de hambre en los que nos rodean. De qué nos sirve poseer un buen coche o
habitar una mansión opulenta, si el resto de nuestros vecinos comparten nuestra
riqueza.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> O somos exclsivos o somos muy poco. De
ahí que haya diversas gamas de automóviles, de hoteles, de ropa o de zapatos,
donde el grado máximo es el lujo por el lujo, la apariencia de lo sublime, la
pertenencia al club imaginario pero real de lo supremo, al que solo tienen
acceso los elegidos por el dinero y el poder.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Casi nadie está libre de culpa. En mi
segunda o tercera lectura de El Quijote recuerdo haberme reído como un enano de
todas las meteduras de pata del héroe cervantino pero también de los vapuleos y
golpes que recibe junto a su escudero a lo largo de ese viaje iniciático tan
parecido a la vida, mientras que la primera vez, allá por los páramos agrestes
de mi adolescencia, maldita la gracia que me hicieron tantas burlas y tantas
agresiones a un hombre bueno, a mi parecer, que no tenía otro empeño que el de
ayudar a los más necesitados.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> ¿Por qué nos reímos cuando el toro derriba
al picador subido sobre un caballo monumental? ¿Qué nos produce tanta gracia en
la caída del subalterno y en el peligro que supone la proximidad del toro, el
golpe en sí sobre el albero o el posible aplastamiento del equino? No lo sé,
pero es innegable la atracción que produce este hecho, sobre todo en los menos
aficionados, en los que se quedan con la parte anecdótica.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Durante mucho tiempo triunfó en la
televisión el formato de vídeos caseros en los que se recogían choques,
revolcones, leñazos, culadas o batacazos de muy diversa índole que provocaban
en el público una hilaridad incontenible. Lo peor no era la reacción humana,
por muy indesable que fuera, sino el envío maléfico de los familiares, los
amigos, los padres o los esposos de esos documentos visuales a los que solo
ellos habían tenido acceso y en los que quedaban inmortalizados los muchos y
muy diversos revolcones de sus seres queridos con el único fin de divertir a
los otros y de obtener un beneficio econonómico, pues al final solía haber un
premio para el más insólito, el más cruel o el más irrisorio.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Las cadenas de televisión hallaron na
veta rentable en estas escenas domésticas, que conseguían de un modo gratuito y
con las que alcanzaban unos índices de audiencia importantes. Claro que todos
nos reímos entonces, incluso de aquellos más desproporcionados, venidos de
Japón o de países asiáticos en los que las escenas con niños resultaban más
inverosímiles y más radicales. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Claro que cuando se abusa de algo,
termina por no hacernos gracia alguna y, poco a poco, el impacto de todo
aquello fue perdiéndose y los programas casi desaparecieron.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-41388479638146365852013-10-06T04:20:00.003-07:002013-10-06T04:20:16.448-07:00<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";">LIMPIARSE
EL CULO<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";">Desde
la atávica y basta piedra rugosa hasta las sofisticadas toallitas húmedas y
aromáticas de hoy, hemos empleado todo tipo de materiales en esa desagradable pero muy necesaria operación
higiénica de cada día. Nada nos iguala
tanto, ni siquiera las espléndidas coplas de Jorge Manrique, como nuestras
servidumbres fisiológicas, en las que nos resulta imposible mantener un ápice
de dignidad o de elegancia. Imaginen ustedes a Shakira, Antonio Banderas o a
nuestro propio Rey en el gesto preciso,
en el escorzo exacto, en la posición adecuada para rematar con limpieza un
asunto tan cotidiano como enojoso.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Ni siquiera el amor en ese primer grado
de tontuna casi mística al que llamamos enamoramiento es capaz de pasar por alto
estas miserias; de hecho, el paso del tiempo y la frecuentación del baño
erosionan sin más remedio aquellas primeras tontunas amorosas; es cierto que
luego viene la verdad, los fuertes lazos
familiares, los hijos y la hipoteca, pero para entonces uno ya ha caído del
limbo y reconoce en el otro a un igual
sin la prosapia y trascendencia de los comienzos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Pero lo que vengo a decir no es eso; me
refiero más bien al proceso de sofisticación un tanto absurdo en el que hemos
vivido inmersos durante las últimas tres décadas, sin reparar en el dislate, en
el exceso, en la barbaridad a la que asistíamos de un modo inconsciente. Pasé
de tener un par de pantalones y tres camisas, unos zapatos y unos bambos, una
cazadora de bastantes años y dos jerséis a que mi esposa me llenara un armario con una docena de cada,
cuatro o cinco buenos abrigos y chaquetones, zapatos de cuero y algunos trajes
para las ocasiones; pasé de ponerme los jerséis que me tejía mi madre a comprar
camisas a medida y corbatas de seda.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Pero lo de limpiarse el culo merece capítulo aparte
(y perdonen que me ponga un tanto escatológico). Como mejor se ha hecho eso ha
sido al aire libre, en mitad de la sierra, confundido uno con el aliento
primario de la naturaleza y valiéndote de las materias primas que tenías a mano;
así lo hacíamos en Francia, en la vendimia, y bien abonadas dejamos las viñas
gabachas con nuestras deyecciones hispanas. Todos recordamos el mítico papel
higiénico El elefante, de paradójico satinado, teniendo en cuenta la misión para
la que había sido hecho, y luego llegaron otras marcas, otros papeles tan
frágiles como fastidiosos, pues no cumplían debidamente con su función y nos
fallaban en el último momento, en el más crítico.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> De todo lo anterior quedaba el
precipitado, que llamamos zurrapa, y que los hombres, sobre todo los
hombres, mostraban como una seña de
virilidad en su ropa interior. Las mujeres aliadas en aquel tiempo con su mejor
amiga, la lejía, no dejaban ni rastro de la mugre, porque eran pobres, pero
tenían a gala ser honradas y, sobre todo, limpias, muy limpias.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Tampoco es que el aseo de nuestras
partes más íntimas fuese una operación muy extendida. Ni siquiera tuvimos claro al principio para
qué servía el bidé, salvo para lavarse los pies, y aun pasados los años, seguía
constituyendo un objeto más propio de la higiene femenina que apenas nos aludía
a nosotros. Lavarse, en general, había
constituido una costumbre extraña en los ámbitos cristianos, los hombres,
porque poníamos en entredicho nuestra hombría y las mujeres, porque atentaban
contra su decencia.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Hoy nos lavamos todos los días cada
parte de nuestro cuerpo con un mimo particular y prolijo: tres veces los
dientes durante al menos tres minutos, una vez todo el cuerpo, en la sesión de ducha, y el culo las ocasiones
que haga falta, a pesar de que quedaron atrás las toscas piedras, el inútil
papel higiénico El elefante, los endebles papeles posteriores. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Tenemos junto al retrete (que es
palabra española y antigua y muy de mi agrado) un paquete de toallitas humedecidas
y perfumadas con las que uno al principio no sabía muy bien si refrescarse el
cuello y las manos o usarlas para una función más triste, más abyecta, pero de
todo punto ineludible. Cuando acabas, te sientes fresco, pulcro, elegido entre
todos, casi una estrella de cine.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> Te falta, sin embargo, al menos a mí me
pasa, el aroma del monte, el color intenso y azul del cielo, la sensación de
pertenecer a algo más grande y de que todo gire en torno a ti. Con una piedra
bastaría, y tal vez habríamos evitado la crisis. Sólo es un ejemplo.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNoSpacing" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Tahoma","sans-serif";"> </span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-78024389187799690002013-06-26T05:42:00.000-07:002013-06-26T05:42:04.758-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;">LA GRACIA DE SUS MANOS<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;">Menos protegidos por la ciencia médica y demasiado
absorbidos por una fe que parecía tener remedios para todo, pues la oración
resultaba una panacea y la voluntad de Dios, la curación verdadera, no resulta
extraño que las mujeres y los hombres de mi infancia recurrieran para sus
dolencias a individuos que poseían una gracia especial, que habían sido dotados
desde el nacimiento (algunos nacían con un extraño y prodigioso <i>manto</i>) de unos poderes únicos que solían
poner al servicio de los otros de manera gratuita o por la mera voluntad de la
persona a la que ayudaban. Tal vez no resolvieran del todo el dolor de los
pacientes, pero promovían su fe en la cura y llevaban a la casa esa postrera
esperanza en lo que se encuentra más allá de razón humana y, quizás, por ello
mismo, pueda más y posea más fuerza. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Mis
primeros años discurrieron entre mujeres, ancianas casi siempre, que rezaban el
mal de ojo, la carne cortada y otros muchos padecimientos de misteriosos
orígenes para los que no se acudía al médico en ningún caso, porque siempre
había cerca una vecina, una mujer de la familia, alguna abuela, que conocía la
fórmula de aquellos ensalmos, transmitidos muy a menudo por línea femenina, y
que sabía aliviar el sufrimiento de quien estaba postrado en una cama.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Recuerdo
que con frecuencia solía quejarme yo de la barriga, quizás por un simple
empacho, que mi madre trataba con un régimen estricto de comidas, pero a veces,
si se dilataban las molestias, llamaba a una anciana, con la que le unía cierta
amistad, para que me diera friegas en el vientre con aceite de oliva durante
unos minutos y, de este modo, restablecer la normalidad intestinal y solventar
el atranque que me afligía. Después, durante unas cuantas mañanas debía tomar
un par de cucharadas de aceite de oliva en ayunas, de cuyas bondades no dudo en
absoluto, pero que me provocaban unos eructos desagradables durante casi todo
el día.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Los
auxilios caseros, las hierbas tradicionales de la sierra, la sabiduría natural
de aquellas mujeres que habían afrontado muy lejos de la civilización todo tipo
de imprevistos y accidentes, partos, cólicos nefríticos, roturas de huesos y
otras heridas de consideración, ayudados por una religión primaria, pero muy
próxima a la supervivencia, donde se mezclaba la ortodoxia católica con otros
cultos atávicos de muy dudosa utilidad, constituían los utensilios
indispensables para arrostrar una vida de precariedades, al albur de un destino
que ellos no eran capaces de dominar, porque existían aparte de los hombres y
las mujeres y desafiaban con ello cualquier especie de contingencia en un
ámbito hostil, a pesar de su presunta atmósfera bucólica. A un niño pequeño o a
un anciano podía picarles un alacrán o una víbora y tenían muchas posibilidades
de morir, porque el hospital más cercano se hallaba a días de camino.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> La
gracia de aquellas manos que tocaban los miembros enfermos, que mezclaban las
sustancias para elaborar los emplastos y las compresas adecuadas al trastorno
en cada caso pertenecía casi siempre a manos de mujer, manos delicadas y sabias
que buscaban la semilla del malestar y traían al enfermo el sosiego y el
alivio.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Hoy,
en estos días en que me acosan las consecuencias enojosas de una pequeña
intervención quirúrgica, cuando mi esposa me despoja de las vendas, ya en casa,
y se dispone a curarme las cicatrices nuevas, incómodas aún, doloridas, percibo
con asombro que sus manos aciertan a tocar mis llagas suavemente y con un mimo insólito
limpian, desinfectan y tornan a cerrar con una venda inmaculada. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> La
gracia de sus manos me conforta y casi me olvido del dolor, y entonces me
acuerdo de aquellas manos femeninas que en tantas ocasiones aplacaron las
aflicciones de mi infancia. En esos casos me digo que es posible que todos los
avances de la ciencia no hayan servido, al fin, de nada.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 86.25pt; text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> </span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-26187242092106285442013-06-26T05:31:00.002-07:002013-06-26T05:31:37.202-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">ANIMALES DE CASA <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">En aquella época no había mascotas, al menos
en Moratalla, y menos aún en mi barrio. Un pueblo fundamentalmente agrícola y
ganadero no puede permitirse otra relación con los animales que la meramente
laboral y económica. Del mismo modo que un huertano, rara vez planta rosas en
su parcela, tampoco un cabrero o un pastor cuida de otros animales que no sean
los que le procuran el sustento o le ayudan en su faena.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD">En mi casa habíamos tenido toda
una saga de gatos, cuya primera matriarca recuerdo con muy pocos años
restregando con elegancia su pelo negro y brillante entre las piernas de mi
padre para que compartiera con ella parte de su comida. Los gatos entraban y
salían de las casas con libertad absoluta por aquellos curiosos agujeros que solían
abrirse junto a la puerta de entrada a los que, como resulta obvio, llamábamos
gateras. Un felino en casa garantizaba la limpieza de roedores y apenas
resultaba onerosa su manutención o su cuidado, pues su vida transcurría en un
medio amable y cómodo pero quedaban exentos, desde luego, de los actuales
excesos, casi risibles, en forma de peluquerías, hoteles, revisiones dentales,
operaciones quirúrgicas y otros disparates varios. Comían todos los días, se
guarecían del frío junto a la chimenea y recibían las caricias de los miembros
de la familia. Cuando llegaba su hora, se morían. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Los
perros requerían un trato distinto. Los cazadores o los pastores los utilizaban
para sus labores con aprovechamiento y en los cortijos o en las casas alejadas
era conveniente tener un ejemplar en la puerta para que avisara al dueño de la
venida de algún desconocido. En el barrio del Castillo abundaban los burreros o
rateros, porque, pese a su pequeño tamaño, eran valientes para azuzar a las
bestias y proteger los corrales de la invasión de las ratas. Eran un tanto
fanfarrones, como requería desde luego su trabajo, pero en el fondo se
limitaban a ladrar sin otras consecuencias para los niños que pretendían
acariciarlos o congraciarse con ellos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> No
eran habituales las tortugas, los camaleones, los hámster, las iguanas u otros
pequeños saurios de procedencia exógena y exótica en aquel barrio de hombres y
mujeres obligados al trabajo del campo y supervivientes de una economía tan
débil como azarosa. Sólo perros y gatos poblando las calles del Castillo, mestizos, sin raza, hociqueando
entre los desperdicios, maullando en las noches de verano como criaturas
desoladas. Alguna vez un jilguero cantando en su jaula en la ventana, unos
palomos sobrevolando los tejados y las chimeneas y nada más.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Ni
piensos especiales para comer, ni visitas al veterinario ni vestiditos
ridículos, pues su dieta era la misma que la del dueño de la casa y crecían
sanos y fuertes por la frecuentación de la calle y ellos mismos se buscaban su
cobijo, en ocasiones su condumio y, lo que es más importante, la confianza de
la familia que los acogía. No eran mascotas, eran animales de casa que
entretenían al hombre, lo ayudaban en sus tareas en ocasiones y le hacían la
existencia más feliz con su presencia y con
su reconocimiento. Tampoco eran ni los mejores ni los peores amigos de
nadie. La amistad es una relación tan compleja que sólo entre personas tiene
sentido, pese a lo que puedan objetar algunos. Quien prefiere la compañía de un
animal a la de otro ser humano, es que tiene graves problemas, sin duda. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Además
de los gatos, tuvimos un jilguero y una perra a la que mi padre puso por nombre
<i>Pastora</i>, porque creímos en la
legitimidad de su raza. Luego, salió cruzada, inútil para el pastoreo, aunque
juguetona y agradecida como ella sola. Al jilguero se lo comió el gato en un
descuido de mi padre y la perra tuvimos que darla a unos amigos del campo
cuando llegó la temporada de la vendimia en Francia. Fue triste pero resultaba
ineludible. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Luego,
un día, cuando ya la daba por perdida, viviendo con sus nuevos amos en un
cortijo lejano del campo de Moratalla, apareció en el portal de mi domicilio
atropelladamente, enredándose entre mis piernas y casi enloquecida de alegría,
porque me había reconocido y se
encontraba de nuevo en casa. Nunca supe cómo logró escapar del cortijo y orientarse
hasta el hogar donde la habíamos criado,
pero allí estaba otra vez y allí se quedaría con nosotros hasta la siguiente
vendimia. En alguno de aquellos años,
debió de hallar su acomodo definitivo y ya no regresó más. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Ahora
bien, a pesar de la separación irremediable de cada otoño, nunca pensamos en
abandonarla a su suerte en mitad del monte o en una carretera. Ya digo,
entonces los animales de compañía no
eran mascotas y nuestra relación con ellos resultaba tan franca como leal. No
les comprábamos vestiditos ni les empastábamos las muelas en el dentista, pero no
nos deshacíamos de ellos de una forma innoble, tal vez porque por aquellos años
ya sabíamos, como reza el eslogan, que ellos tampoco lo harían con nosotros. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> <o:p></o:p></span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-83571236529642768592013-06-26T05:28:00.002-07:002013-06-26T05:28:10.471-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;">BREVE HISTORIA DE MI LUCHA CALLEJERA<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;">Acabábamos de cruzar un tiempo tenebroso y salíamos
a la luz nueva y esperanzada de otra edad, en la que todo parecía tan joven
como nosotros mismos, los muchachos y las muchachas de mi generación. De una modo
vago habíamos oído hablar de huelgas y manifestaciones, siempre con un rictus
de reprobación y un tono de lamento. Los mayores no entendían de derechos y les
pillaba muy lejos y muy doloroso el corto lapso de una verdadera democracia,
que nosotros solo conocíamos por los libros que habíamos leído casi en la
clandestinidad, porque en la escuela no recuerdo que ningún maestro tuviera el
coraje suficiente para contarnos esa parte fundamental de nuestra historia. La
verdad es que no recuerdo que nos la hayan contado en ningún sitio y, como el
sexo o la iniciación en las emociones epidérmicas, tuvimos que arreglárnoslas a
nuestro modo, cada uno por su lado y, luego, alguna vez, todos juntos, en
largas e improvisadas conversaciones de
café y en tono confidencial, mientras estudiábamos y seguíamos madurando.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Es
cierto que en la primera adolescencia coqueteé de manera abierta con posiciones
ideológicas, que podrían calificarse de radicales, y que a mí me gusta llamar
solidarias, arraigadas en la justicia social y humanistas, pero, salvo asistir
a aquellos primeros y entusiastas mítines políticos, hablar con mis amigos y
leer determinados libros, mi actividad política no era apenas significativa. No
tenía edad todavía para la lucha política ni tampoco se nos permitía; hasta que llegamos a Caravaca y con la muerte
de Franco se desbloqueó la larga y penosa apatía ideológica, esa extensa siesta de los
cuarenta años de la que íbamos despertando día a día e íbamos tomando
conciencia de que todo era de otra forma y de que había vida más allá del
Frente de Juventudes y de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, y, sobre
todo, de que nos habían escamoteado la verdadera historia del último medio
siglo español. En unos meses la televisión nos puso al tanto de todos los
movimientos sociales, las siglas políticas, los derechos ciudadanos, las
elecciones y las continuas y novedosas algaradas sociales en la forma de
huelgas o de manifestaciones en favor de las libertades y en contra de los
últimos coletazos de la represión franquista.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Mientras
que en Caravaca percibíamos cierto malestar entre los estudiantes de los
últimos cursos, ignorábamos que en Murcia, en la Universidad, las fuerzas de
orden público cargaban día sí y día también contra los grupos estudiantiles que
se echaban a la calle a ejercer sus facultades ciudadanas y su reciente
condición de hombres y mujeres libres. Nosotros éramos demasiado jóvenes aún,
insisto, nos ardía la sangre y sospechábamos que había un futuro aguardándonos
fuera de las cuatro paredes del aula, un futuro que nadie nos iba a conservar y
que solo nosotros tendríamos que ganarnos
a pulso.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Uno
de aquellos días del helado invierno caravaqueño notamos la inminencia de un
acontecimiento fuera de lo común. Los alumnos de COU andaban por el patio
revueltos y nerviosos y hasta nosotros nos llegaba la especie de un suceso
inaudito que tendría lugar durante el recreo. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Todo
aconteció de manera natural y al término de las clases fueron formándose grupos
en la salida del centro hasta que aquella masa informe y, en apariencia,
desordenada, cristalizó en una comitiva que se dirigía a Gran Vía y cuya cabeza portaba una pancarta
en la que se reivindicaba, ahora no recuerdo con exactitud, todo tipo de
conquistas sociales, educativas y políticas. Ya en pleno centro de la ciudad
nos dimos cuenta de que la policía iba cercándonos de una manera sigilosa y
eficaz, aunque nosotros seguíamos gritando consignas, cantando himnos
subversivos y avanzando hasta el Ayuntamiento, que era, al parecer, nuestro
último destino.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> De
repente hubo una espantada, consecuencia sin duda de algún gesto amenazante de
la fuerza pública y yo, que iba muy cerca del principio de la marcha, me vi con
un cartel de tela pintarrajeado en las manos y
más solo que la una. Enseguida distinguí a uno de aquellos famosos <i>grises</i> de la época levantando su porra y
amagando un golpe que no llegó a alcanzarme porque le dejé el cartel en las
manos y eché a correr en dirección opuesta sin volver el rostro atrás. Aquella
fue mi única lucha callejera contra la dictadura.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Luego
he escuchado docena de batallitas reivindicativas, de peripecias heroicas
delante de los caballos y de forcejeos con la policía que acabaron en un cuarto oscuro de una comisaría cualquiera.
Hubo mucha gente que luchó de verdad, con valor y con coraje, contra la sombra
maléfica de la dictadura y otros que dieron su vida, pero también hubo mucho
aprovechado que se forjó su propia leyenda con unas pocas horas de retención,
con un simulacro de lucha antifranquista de la que obtuvo demasiados beneficios.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> Lo
mío, como han podido comprobar, resultó demasiado breve y no tuvo la menor
importancia y así me gustaría dejarlo consignado en esta columna. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt; line-height: 115%;"> </span></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-47262526487299517282013-06-02T11:01:00.002-07:002013-06-02T11:01:44.469-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
CARNE O PESCADO<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Nunca me gustó la carne de una
manera indiscriminada, a pesar de que siempre he comido pollo y he disfrutado
con las sabrosas costillas de cordero y, alguna vez, con una deliciosa pata de
cabrito en un buen restaurante o en mi casa. Tolero la ternera, siempre que no
aparezca la huella de la sangre, tan molesta, tan prehistórica, y eso resulta
muy complicado para cocinar un solomillo, dado su grosor, a no ser que, como me
ha pasado alguna vez, me lo corten en pedazos y lo pasen bien por la plancha.
Odio el conejo literalmente, no me sabe a mucho el pavo, pero, en cambio, he
probado la carne de avestruz, la de jabalí, la de serpiente, la de cocodrilo y
otras alimañas exóticas, que tampoco me han dejado demasiada huella. Ahí queda
eso como un dato anecdótico y nada más. Mi padre y mi hijo, en cambio,
comparten esa pasión por los animales cocinados, desde un palomo a un buey, desde
una liebre a un jabalí. Igual da. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En
cambio, el cerdo es otra cosa, una suerte de sublimación alimentaria, la
confluencia mística del sabor por antonomasia, la eficacia y la versatilidad
del alimento, que igual vale para un cocido que para un asado, pues en todas
partes se comporta como una estrella, y tanta es su calidad que se guarda en la
forma de embutido para que dure el milagro de su paladar durante mucho tiempo.
Reconozco que con el cerdo pierdo los papeles y me comporto como tal. En mi
memoria sentimental andan revueltos los maravillosos, pero ya imposibles,
cocidos de mi madre y las manitas en salsa de mi suegra, los pasteles de sesos
de un viejo establecimiento de Murcia, ya desaparecido, donde solíamos recalar
mi mujer y yo y la crujiente oreja que nos ponían con una cerveza fresca en un
bar cochambroso de Bétera, en Valencia, muy cerca de donde pasé un año haciendo
la mili.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El
resto es pescado, legumbres, patatas y verduras, y mi madre se encargó de
transformar de una forma casi mágica estos ingredientes en una alquimia
gastronómica inolvidable, al menos las legumbres, las patatas y las verduras;
fresco todo y de temporada, desde luego. Luego vendría mi compañera y añadiría la
inclinación por los pescados, desde las
sardinas al espeto con que nos deleitamos en una playa de Málaga o el
chanquete, tan escaso y tan rico, las doradas salvajes que comemos cada verano
en Alicante o el marisco del que tanto gozamos en nuestro viaje de novios a
Tailandia. Ella misma cocina al horno, de vez en cuando, una lubina al punto
con patatas y cebolla y, en ocasiones, compra unas rodajas de salmón o unos
filetes de lenguado y los hace en la sartén, tiernos y esponjosos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Hace tiempo
que ambos renunciamos, por desgracia y prescripción médica, a las legumbres, pero
frecuentamos un restaurante vegetariano de Murcia que nos sorprende muy a
menudo con elaboraciones culinarias
originales y de fino paladar.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Tradicionalmente
los hombres nos hemos decantado por la carne y las mujeres por el pescado,
mientras que los pobres se han quedado siempre a medio camino y a medio comer.
De forma que la virilidad, la hombría y el carácter de macho radicaban en un
pedazo de carne con la que regresábamos a la época de nuestros ancestros
prehistóricos, cuando no había otra cosa que llevarse a la boca que el producto
sangriento e inmediato de la caza diaria, y ese gesto y esa inclinación nos
aproximaban más a nuestra recóndita condición de animales predadores, con
derecho de pernada sobre el resto de las hembras y de respeto de los machos más
jóvenes.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Durante mis
cortas estancias en Francia como vendimiador adolescente aprendí, en algunas de
las casas donde comíamos con los patrones, previo pago del precio de la
comanda, que comer carne o pescado, o comer simplemente, constituía un concepto
vital distinto de lo que entendíamos en España. Salvo en algunos días de
fiesta, en Moratalla se comía a diario un guiso con excelente pan de horno y el
acompañamiento sabroso de unas olivas negras o verdes, partías o enteras;
después la madre ponía la fuente del embutido sobre la mesa y el cesto con la
fruta. En Francia todos los platos estaban elaborados con un mimo particular y
la carne o el pescado solían ir acompañados de alguna de los centenares de
salsas, que el país vecino tiene a bien haber inventado. Pero antes había
siempre una sopa o una crema, diferentes cada vez, exquisitas, tan apropiadas
todas a mi gusto que disfruté mucho y lo
recuerdo de muy buena gana. Los platos iban sucediéndose, y lo mismo te
encontrabas con una suculenta anguila, con una sabrosa ternera en salsa con
verduras, con una apetitosa ensalada de arroz o con una rica tarta de ciruelas,
bien regado todo con un delicado vino de la tierra. Y al final, era
imprescindible la tabla con los quesos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Si me dieran a
elegir entre la carne y el pescado, elegiría una de aquellas comidas, o tantas
otras que he ido degustando a lo largo de mi vida del modo más selecto que me
ha permitido mi maltrecha economía. Y aunque me pirran descaradamente las mujeres, me regocijé a menudo con un
rodaballo, un lomo de merluza, unos boquerones fritos o un delicioso bacalao al
pil-pil sin remordimiento alguno. Prefiero el pescado, si me apuran, a la
carne. Ya está dicho.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Antes de comer
dejo los prejuicios aparte, y me dispongo a solazarme con los cinco sentidos,
incluido el de la inteligencia. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<o:p></o:p></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-57510898694919556892013-05-28T08:53:00.002-07:002013-05-28T08:53:42.762-07:00<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;">IR AL MÉDICO<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;">Nunca me gustó ir al médico: tal vez porque de muy
pequeño pasé una bronquitis contumaz, y por aquellos días esto solo se curaba
con un sinfín de inyecciones de penicilina, dolorosas como ellas solas, que me
dejaban, además, medio cojo por unos días. En cambio, respeto la profesión a la
par de la mía y considero que son ambas los pilares de una sociedad moderna y
civilizada. Eso no quita para que no me traigan, a veces, buenos recuerdos.
Tiene uno la sensación cuando acude a
una consulta por un dolor inconcreto o una molestia sospechosa que el oráculo
que se sienta al otro lado de la mesa te va a vaticinar el final de todo. Ya
está, piensa uno, mirará las pruebas, me auscultará y pronunciará la terrible
sentencia: le queda a usted un mes escaso de vida.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Tal
vez exagere, pero llevo a mis espaldas un par de sentencias parecidas y sé lo
que me digo. Luego, en ocasiones, hay suerte y no todo es tan dramático;
amanece un día y otro, ve uno a sus hijos creciendo a su lado, a tu esposa
siempre atenta a tus deseos, y la vida se renueva implacable, ajena a nuestros
temores y aprensiones.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> De
niño era mi madre quien se ocupaba de todos los pormenores de las medicinas y
la que me llevaba al médico cuando hacía falta. Todavía recuerdo el rostro
severo y competente de don Lucas, y luego en casa, ella me organizaba las
tomas, las dosis y los horarios. Tal vez sea por eso por lo que me cuesta tanto
ir solo al galeno. Las raras ocasiones en que no ha podido venir mi compañera,
las prolijas y detalladas instrucciones acerca de las diversas medicinas me han
resultado tan farragosas como incomprensibles.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> La
diabólica combinación de los horarios, las cantidades, los antes o después de
las comidas y los modos de administrar las sustancias han terminado por
marearme y al final de la disertación del especialista he tenido que
preguntarle de nuevo o pedirle por favor que me lo apuntara en un papel. Cómo
voy a retener que debo tomar una pastilla cada ocho horas, después de las
comidas, ponerme un supositorio por la mañana en ayunas y otro por la noche
después de cenar, tomar una cucharada de jarabe al acostarme en días alternos y
una cápsula verde cada dos días antes del desayuno, y alguna otra cosa que ya
no recuerdo. Claro que esta extensa y minuciosa explicación se complica en los
casos en los que no soy yo el único paciente, sino que vienen mis hijos
conmigo, cada uno de una edad y de un peso distinto, por lo que las cantidades
también difieren, y la confusión aumenta.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Debo
confesar, antes de seguir, que yo no puedo ir solo en estos casos, porque no me
entero de todas las instrucciones y me pongo nervioso; de manera que cuando
viene mi esposa, que por fortuna es casi siempre, la cosa cambia. Miro al
profesional enfrascado en su disertación sobre las causas, los diagnósticos
posibles, las contraindicaciones y las diversas normas de la terapia, y miro a
mi mujer de reojo, con admiración absoluta, relajado del todo porque no tengo
que memorizar ni una sola palabra, porque me puedo distraer como un crío con
los diplomas y los cuadros colgados en la pared de la consulta, con las
palabras especiales que articula el doctor, mientras ella va procesándolo todo,
al modo de una máquina inteligente y, cuando salgamos a la calle, compartirá
conmigo sus seguridades y sus dudas, y yo le diré que sí, que estoy de acuerdo
con ella, que la medicación ha sido la correcta y los plazos y las cantidades,
las adecuadas, y es en ese momento cuando le pregunto si lo ha cogido, si se
acuerda de cada detalle, si ha estado atenta a la explicación y lo ha entendido
todo. Ella sonríe con una mueca de ironía que puedo identificar y me dice que por
supuesto, y que lo apuntará en un papel
cuando lleguemos a casa. En ese
instante, descanso de esa tensión continua de mi incertidumbre casi patológica.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> Si
no pudiera contar con ella para ir al médico, debería agenciarme un magnetofón,
pedirle permiso al profesional de turno y grabar la consulta en su totalidad. A
lo mejor con el tiempo, a la salida de los centros sanitarios, nos entregan un
disco para que no olvidemos cada detalle, al menos a unos pocos, los que
padecemos la extraña enfermedad de una desmemoria selectiva y caprichosa.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> <o:p></o:p></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD;"> <o:p></o:p></span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-92004810583203976992013-05-01T05:18:00.001-07:002013-05-01T05:18:07.892-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">EQUIPAJES </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">Hacer las
maletas para irse de viaje es tarea ardua, que las mujeres (perdón por el
desafortunado prurito machista) suelen
convertir en un suplicio largo, tedioso, inacabable. Igual da que nos vayamos
tres meses de vacaciones que un fin de semana, porque no se trata de cuánto nos
llevaremos con nosotros, sino del esmero, la paciencia, el cuidado, las idas y
venidas, las vueltas y revueltas, el inagotable tesón con que ellas abordan
cada minucia, rellenan cada hueco practicable de la valija o de la bolsa,
quitan alguna camisa y añaden un par de pantalones o una falda, apartan el
neceser y en su lugar colocan una bolsa con calcetines y, cuando ya nos parece
que la cosa está hecha y terminada, entonces, obedeciendo acaso a alguna
llamada ancestral de su sexo o de la diosa Lilit, a alguna inspiración
inexplicable, tornan a sacarlo todo y rehacen el equipaje sin reparos,
melindres o pereza, pues el tiempo no es importante. Nunca hemos salido a las
nueve de la mañana, ni siquiera a las diez, y esta vez no va a ser distinto.
Tampoco llegaremos a las dos, vayamos donde vayamos, y también a esta
circunstancia me he ido habituando con el paso de los años.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Hubo otra época y otros equipajes,
de naturaleza más tosca, pues debían llegar indemnes a tierras lejanas y debían
contener más cosas para sobrevivir, comida, calzado, medicinas, chubasqueros,
ropa variada, aquellas inolvidables almendras fritas y habas duras tostadas con
sal, que mi madre preparaba a modo de aperitivo y con los que, acompañados de
unos vasos de vino, pasábamos las trasnochadas del otoño reciente en el sur
francés, agarrados a la nostalgia de nuestro origen de emigrantes como
náufragos asidos al único madero del océano a la vista.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD">Mi madre empezaba días antes con el protocolo y la lista de lo que
no debía faltar en un viaje así, mientras mi padre desempolvaba las viejas
maletas y buscaba grandes y fuertes cajas de cartón, que reforzaba con sogas de
esparto. Yo asistía a un frenesí repentino, a una actividad inusual en la casa,
que incluía compras y papeleos de última hora, nervios y alguna discusión
inevitable y que no presagiaba, desde luego, un destino feliz (ahora lo sé, que
puedo comparar entre viajes de muy diversa naturaleza) pero que yo vivía con
inquietud y una punta de zozobra, en parte, porque no tenía elección y, en
parte, porque me enfrentaba a la incertidumbre de mis fuerzas como jornalero
adolescente, de mis aptitudes físicas en el campo de batalla de las vides
gabachas, junto con otros nobles mercenarios de la tijera y del cubo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD">Pero de lo que yo quiero hablar hoy es de hacer equipajes, de
llenar maletas y bolsas para desplazarnos durante unos días o unas semanas a
algún otro lugar. Reconozco que en mi casa toda esa labor la lleva a cabo mi
esposa, incluso añadiría que con gusto, pese a que casi siempre terminamos enojados,
porque nunca he soportado esperar, porque no puedo creer que hagan falta tantas
cosas, porque me da la impresión de que todo se puede hacer con mayor celeridad
y de que llegaremos una vez más tarde, como hemos hecho desde siempre. Luego,
uno lo comenta por ahí con los amigos o los compañeros, y todos coinciden en la
misma cantinela, todos protestan por idénticos motivos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD">Les cuento el caso, porque viene a cuento, de aquellos dos
compañeros de la mili, a los que observaba sorprendido cada noche de domingo,
de vuelta del fin de semana de rebaje, mientras colocaban, es un decir, sus pertenencias de un modo singular en sus
respectivas taquillas. Uno abría la bolsa y el armario, vaciaba su contenido en
el suelo e iba dándole puntapiés al montón de camisas, pantalones y prendas
íntimas hasta que lo metía todo dentro, como se introduce el esférico en una
portería de fútbol; el otro, sacaba concienzudamente cada prenda, la iba
desplegando y plegando, de nuevo con mimo, la disponía sobre su litera y, por
fin, sin prisa alguna, la situaba en su lugar dentro de la taquilla, tranquilo
y en silencio, como un duende de la oscuridad, pues que, a esas alturas de la
noche ya habían tocado a silencio, habían apagado las luces y él seguía afanado
en su equipaje, perfeccionista, casi obsesivo, enfermo del orden, inasequible a
cualquier otro estímulo. En la litera de al lado dormía yo y cada domingo fui
testigo de esta ceremonia casi inconcebible del
perfecto hacedor y deshacedor de maletas y del otro espectáculo, el de
la perversión, el caos, la violencia y la anarquía. Todavía hoy no estoy seguro
del todo de cuál de ellos me entusiasmaba o me ponía más de los nervios; de lo que no me cabe la menor
duda es que mi mujer no hubiese soportado a ninguno.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD"> </span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-22786850852775165192013-04-27T05:43:00.001-07:002013-04-27T05:43:07.970-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">MOCHUELAR</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">El primer
síntoma de que me estoy haciendo viejo es que empiezo a repetir algunas
historias, verdaderas o ficticias, que vengo contándoles a mis hijos y a mi
mujer desde hace años; el segundo, y definitivo, es que me duermo muy a menudo
antes de que termine la película de la tele, a última hora de la noche. Es
verdad que madrugo cada mañana, pero también tomo la siesta cada tarde que me
es posible, y no ando falto de sueño precisamente. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Hace unos años, sobre todo en mi
juventud, ni una semana completa sin dormir me habría impedido seguir la trama
hasta el final de cualquier película, sobre todo si ésta era de mi interés. Aún
mantengo en la memoria aquellas maratones cinematográficas en el cine Salzillo
de Murcia en mi época de estudiante, que programaba el cineclub de </span><st1:personname productid="la Universidad. Una"><span lang="ES-TRAD">la Universidad. Una</span></st1:personname><span lang="ES-TRAD"> noche completa estuvimos mi mujer y yo, que entonces solo éramos
amigos, sentados en incómodas butacas de madera mientras proyectaban uno tras
otro, sin intervalo casi, cuatro films de distinto pelaje, pero de una calidad
excepcional, desde “Empieza la función” de Bob Fosse hasta “El quinto jinete
del Apocalipsis” de Luccino Visconti, y dos pelis más cuyos títulos he olvidado,
y que llenaron de emociones y sueños aquella larga noche de fotogramas extraordinarios.
Más de doce horas atentos a las diversas peripecias de la pantalla, sumidos en
el silencio penumbroso de la sala, que ni siquiera parecía respirar, fijos los
rostros y atentas las miradas a las evoluciones, los diálogos, los gestos y los
paisajes de aquellas cuatro obras de arte que, hoy reconozco, tal vez
resultasen excesivas para una sola sesión nocturna, pues ni siquiera las que
pertenecían a la comedia como género, permitían al espectador un lapso de
relajo o descanso. Luego, cuando regresamos a nuestros respectivos pueblos a
pasar el fin de semana, recuerdo que anduve como ido, los ojos enrojecidos, la
cabeza embotada y el estrago normal del sueño que no recuperamos hasta bien
entrado el domingo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Si a uno le gusta el cine como a mí,
si le apasiona que le cuenten historias inventadas sobre el ser humano y sus
muchas contradicciones, sobre la vida y sus heroicidades, sobre el amor y sus
oscuros recovecos, si se extasía con paisajes exóticos y países lejanos, con
mujeres hermosas e inquietantes y hombres templados, con la muerte de criaturas
malvadas cuya identidad es pura quimera y la felicidad de quienes la merecen,
una buena película lo es todo y, si a mitad del argumento, comete la barbarie y
la blasfemia de irse adormeciendo hasta perder el sentido por completo, es que
es un redomado majadero y un ignorante o, bien, se está haciendo viejo y no
aguanta despierto un par de horas, sentado en el sofá de casa y rodeado de los
suyos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Mi madre solía dormitar cada noche
frente al televisor, pero nadie debía despertarla, pues, siendo como era de
carácter dulce y entrañable, se enfadaba, como si la hubiesen pillado en una
falta, en un error cualquiera, y replicaba al insolente (el insolente solía ser
yo o, a veces, mi padre) que la dejara en paz, que a ella le lucía aquel
dejarse ir por los meandros del sueño, que se había levantado muy temprano y
estaba muy cansada y que se acostaría cuando le viniera en gana.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Casi todas las mujeres de mi familia
de la rama materna <i>mochuelaban</i>
(palabra precisa y expresiva que procede del sustantivo animal, mochuel<i>o</i>, cuyo sinónimo más cercano sería <i>dar cabezadas</i>), es decir, cerraban los
ojos en un estado de semivigilia por la noche, antes de acostarse, o por la
tarde, quizás porque tenían la tensión baja o porque no les interesaba lo más
mínimo lo que pasaba a su alrededor; y solían dormirse viendo o escuchando la
novela, cosiendo alrededor de la estufa, pues daba la sensación que cualquier lugar valía para recuperar las
energías perdidas y cargar las baterías del sueño, para resarcirse de las
largas jornadas en el trabajo y en la casa, en el tajo y en la cocina; de
manera que tenían una buena excusa casi siempre para despreciar la película de
la noche y evadirse de dramas y catástrofes, sonrisas y lágrimas, aunque
reconozco que me dolía ver a mi madre, a mi abuela Rosa o a mi tía Ramos perder
el hilo de la historia que con tanta fruición contemplaba yo desde mi lugar en
la cocina, en absoluta soledad, en tanto ellas pasaban de la simple duermevela
al ronquido más rotundo y contumaz.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Pero ahora me toca a mí, han pasado
los años y con ellos la vida, y esa tensión constante de la juventud que
llamamos pasión se ha ido aflojando de un modo inevitable. Todo comenzó los
viernes por la noche, cuando alquilaba una película y muy pronto percibía el
dulce adormecimiento de mi esposa, que tan mal me sentaba al principio, porque
era como un desprecio a la ceremonia doméstica del mejor día de la semana y a
mi cuidado por elegir un buen título para disfrutarlo en su compañía.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD">Lo peor es que muy pronto descubrí que yo no mochuelaba, en
efecto, sino que directamente renunciaba a aquel acto de consciencia que
consistía en mantener los ojos abiertos y el seso avivado para gozar con ese
placer de la inteligencia que es la ficción en movimiento sobre una pantalla.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD">Ya digo, he descubierto que me estoy haciendo viejo porque me
repito en mis historias y porque me duermo con frecuencia delante del televisor.
No me importa hacerme viejo porque no puedo hacer nada para impedirlo y ya lo
he asumido, pero detesto aburrir a los míos y dormirme como un acto senil que
antecede a la indeferencia y a la muerte. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<span lang="ES-TRAD"> <o:p></o:p></span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-16849359091817033662013-04-21T04:37:00.000-07:002013-04-21T04:37:08.496-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
LEJOS DE TODO</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify;">
Ya he dejado
escrito en alguna ocasión que por aquellos tiempos íbamos andando muy a menudo
de un lado a otro, no solo a la huerta o al río, sino también, así nos contaban
nuestros padres, a los pueblos de alrededor, a la feria o al mercado de
Caravaca, a las fiestas de Calasparra o
a los toros a Cieza. El que tenía un burro o una burra, poseía un tesoro. Ir al
monte a por leña o a segar tallo o bajar a la huerta a coger hortalizas
terminaba siendo un suplicio sin uno de estos animales a mano. En mi casa,
desde que yo recuerdo, siempre hubo una burra, paciente y mansa, esforzada y
dispuesta al trabajo todos los días del año. De crío mi abuelo me enseñó a
ponerle el aparejo y bajaba a la huerta de mi tío Jesús o subía al secano de mi
padre montado en su lomo, a paso lento pero seguro, como suele ser el carácter
de estos animales. </div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify;">
Al atardecer,
los muchachos del Castillo asistíamos al espectáculo del regreso de hombres y
mujeres por el camino del Cementerio arriba, subidos los unos en mulas y en</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify;">
burros, que no
cesaban de rebuznar, como si protestaran de su condición de animales de carga,
y los otros andando, junto a las caballerías, con paso cansino, mientras la
última luz de la tarde nos los acercaba
desde la distancia en la forma de una imagen evangélica o de un cuadro de
Millet. Lo más duro era, sin duda, el repecho de la cuesta del Relojero hasta
lo alto de Las Torres.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Moratalla,
entonces, era un pueblo sin coches ni motos, salvo el autobús para Murcia o
para Caravaca y los taxis que permanecían estacionados debajo de <st1:personname productid="la Cuesta">la
Cuesta</st1:personname> del Caño. Luego fueron viniendo al pueblo los primeros
<i>seiscientos</i> y los <i>ochocientos cincuenta</i>, pequeños y
manejables, que pasaban por <st1:personname productid="la Calle Mayor"><st1:personname productid="la Calle">la Calle</st1:personname> Mayor</st1:personname> con
cierto señorío y debían dar la vuelta en el Goterón o, más allá, en <st1:personname productid="la Plaza">la Plaza</st1:personname> de <st1:personname productid="la Iglesia">la Iglesia</st1:personname> para volver sobre su ruta,
porque Moratalla ha sido siempre un pueblo de ida y vuelta, un pueblo con final
y no de paso, un pueblo para venir y para volver siempre.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Pero
la verdadera revolución motorizada la protagonizaron en mi adolescencia las
motocicletas, aquella inefables y
archirepetidas <i>puchmotocrós</i>, que a lo
largo de unos años poblaron las calles empiringuchadas, estrechas y tortuosas
de Moratalla, que sustituyeron con su ímpetu tecnológico y moderno a las burras
y a las mulas, y con las que los hombres se acostumbraron a traer sus cargas
hortelanas o a portar el tallo a las calderas. Aquellas motos rabiosas, de
escasa cilindrada, pero valientes como el terreno para el que habían sido
construidas simbolizaron el paso inevitable de los antiguos y atrasados medios
de transporte a la llegada de los nuevos tiempos, Así, los viejos marchantes,
que cruzaban la sierra y los campos comprando y vendiendo cabras y ovejas a pie
durante semanas, tuvieron que ponerse al día y renovar su negocio, adquirir
motocarros o pequeños camiones, furgonetas o furgones medianos con los que
franqueaban los peores caminos y alcanzaban los territorios más remotos para
llevar a cabo de una forma más rentable
el noble oficio de poner en contacto una multitud de cortijos desperdigados y
casi aislados del campo con los mercados más florecientes de la comarca, entre
los que se encontraban el de Caravaca y el de Moratalla.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Hace
mucho que sabemos que una de las claves del progreso de un pueblo consiste en poseer
buenos medios de transporte y eficaces vías de comunicación. Quizás haya sido
ésta una de las razones de que Moratalla no adquiriese la prosperidad y la
preeminencia merecidas. Hemos cambiado mucho, es cierto, y la mayor parte de
las familias, si no todas, dispone de un automóvil o de varios, pero sigue
siendo complicado utilizar los transportes públicos para acercarse a los
pueblos de la comarca o a la capital a realizar una gestión cualquiera o ir al
médico. El ferrocarril queda muy lejos, los aeropuertos pertenecen a otro mundo
y estamos a kilómetros de la costa.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
A
mí me gusta caminar; de hecho, cada vez que puedo voy al trabajo a pie y
aprovecho la suerte de tenerlo relativamente cerca, siento nostalgia de los
días en que íbamos todos, familia y amigos, andando al río para pasar unas
horas o unos días y he escuchado a mi padre cientos de veces contar sus
peripecias de marchante a pie por los territorios legendarios de Benámor, Béjar
y San Juan conduciendo una punta de ganado durante días enteros.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
Reconozcamos,
sin embargo, que Moratalla sigue estando muy lejos de muchos sitios, que es un
lugar recóndito, secreto y varado aún en una época que, por fortuna, ya no
regresará nunca. Es posible que nuestro carácter y nuestra ventura anden
condicionados por esta circunstancia. No estamos cerca de ninguna parte, pero
el cielo lo tenemos a mano. </div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 396.0pt; text-align: justify; text-indent: 18.0pt;">
</div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-10962351710637707332013-04-20T02:39:00.002-07:002013-04-20T02:39:52.725-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">NI GRACIAS NI
POR FAVOR</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD">No recuerdo
que en mi infancia nos prodigáramos con estas habituales fórmulas de cortesía,
no por una evidente falta de educación, sino porque no eran expresiones que
pertenecieran a nuestro vocabulario, sino más bien palabras que escuchábamos en
el cine o en la televisión en boca de actores y de actrices que representaban
papeles imaginarios, y eran, lo presentíamos también, rasgos lingüísticos de
una clase social más alta que la nuestra y de un ámbito territorial más urbano.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> La ciudad era otra cosa. Sus
habitantes se esmeraban en pronunciar todas y cada una de las letras y en
hacerlo con una entonación graciosa y elegante. En Moratalla y, pasados los
años comprendería que en muchos pueblos, las cosas eran diferentes y el
aislamiento, la idiosincrasia dialectal, la autosuficiencia y, por qué no decirlo también, esa soberbia
de origen pedante que combina la ignorancia a sabiendas con el orgullo
nacionalista, se hablaba no solo haciendo caso omiso de los plurales o las
terminaciones de ciertos participios (las <i>casa</i>
o <i>arreglao</i> por las casas o arreglado) sino con un acento específico, distinto al
del pueblo contiguo, pero igualmente válido, porque los acentos y las hablas,
si son naturales, no deben molestar a nadie, y olvidados por completo de
cualquier amabilidad lingüística que
pudiera parecernos cursi, foránea o afectada.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> He defendido en numerosas ocasiones
que cada región, cada comarca e incluso cada pueblo muestre una cierta
originalidad expresiva, ni peor ni mejor que
las de otros lugares, y, asimismo, basándome en mi competencia en la
materia, he añadido alguna vez que en Murcia se construye la lengua desde el
punto vista morfosintáctico mejor que en algunos lugares de Castilla y que
nuestro acento pertenece al área más extensa y prestigiosa de la lengua
española, la que se denomina área
meridional e incluye el sur del país y todo el continente americano,
lugares donde más premios Nóbel de Literatura se han dado, desde Vicente
Aleixandre, que nació en Málaga, Juan Ramón Jiménez, en Huelva o Gabriel García
Márquez, en Colombia, por poner algún ejemplo ilustre. Ninguno de ellos
pronunció el seco, estricto y adusto idioma castellano de Burgos y de Palencia,
que se ha venido imponiendo durante décadas como el modelo ideal, impulsado por
el franquismo y una espesa ideología sobre la corrección y las virtudes
españolas.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> La tele acabó con todo esto y España
entera se fue formando poco a poco en unos modos comunicativos que nos dictaban
desde los más populares programas del medio siglo pasado y que todavía hoy nos
siguen enseñando la forma y el fondo de la lengua que hablamos todos. Repetimos
frases hechas, latiguillos, modismos, lugares comunes y lo hacemos en el único
dialecto que nadie cuestiona, el de los medios de comunicación.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Cuando mi madre ponía la mesa y nos
servía los platos, nunca le dijimos gracias ni le pedimos por favor un trozo de
pan o un vaso de agua. No había en esto mala intención, sino familiaridad y
costumbre. Y, cuando en el tajo un compañero nos echaba una mano para cargar
unas cajas de albaricoques en un camión o terminar una cepa de uva y adelantar,
de esta forma, en la hilera que nos había tocado y que, al parecer, tenía
demasiados racimos, porque todas no eran iguales, jamás decíamos gracias, o
cuando pedíamos una caña y una torta de bacalao en El Moreno o un café en el
Pepe del Joaquín tampoco añadíamos por favor.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Y, sin embargo, era de uso corriente
la disciplina en todos los ámbitos, el respeto a la autoridad y a los diversos
poderes, la deferencia en el trato con los mayores o con los hombres y mujeres
importantes y la sumisión de los que se hallaban abajo con respecto a los de
posición superior. De manera que abundaba el usted en la escuela, en el
trabajo, en la calle e, incluso, en la familia; por eso nuestros padres
llamaron a los suyos con este
tratamiento, mientras que nosotros los tuteamos sin problemas, aunque nunca
perdimos la noción de su importancia y de nuestra disposición para estar a su
servicio y acatar sus reproches y sus consejos.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> Hoy en mi casa, mi mujer y yo
predicamos con el ejemplo y no escatimamos las gracias y los porfavores, las
muestras de respeto y de cariño entre nosotros, que no impiden, desde luego,
las discusiones inevitables y los disgustos habituales, propios de todas las parejas,
pero cada vez que le pedimos al otro en la mesa o en el salón cualquier cosa, nunca olvidamos hacerlo con la cortesía adecuada, y cuando nos
hacemos un favor o recibimos del otro un servicio o un objeto, añadimos el
gracias pertinente. Mis hijos también han adquirido este saludable hábito, que
no cuesta nada y que nos proporciona allá donde vamos una excelente imagen de
individuos civilizados, a los que resulta más fácil y más agradable tratar. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span lang="ES-TRAD"> </span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-71842114456058613092013-03-27T04:29:00.002-07:002013-03-27T04:29:43.103-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
¿A QUIÉN QUIERES MÁS?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Iba uno de muchacho con sus
padres a dar una vuelta por <st1:personname productid="la Calle Mayor">la Calle
Mayor</st1:personname> o por <st1:personname productid="La Glorieta">La
Glorieta</st1:personname>, si era un día de fiesta grande, o de visita a casa
de unos familiares, y siempre te encontrabas a alguien que te hacía esa
pregunta tan estúpida como impertinente, tan obvia como inadecuada, mientras
tus progenitores te miraban y sonreían, como si se pudiera dudar por un solo
instante entre una opción y otra, teniendo en cuenta el pequeño detalle de que
es tu madre la que te lleva nueve meses en su barriga, la que te pare con
dolor, al menos en aquel tiempo, la que te alimenta y te cuida durante casi
toda su vida hasta que muere, pierde el sueño en los primeros meses y no ve más
que por tus ojos y no siente más que por todos y cada uno de tus sentidos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
También
soy yo padre y conozco el amor inmenso que he ido acumulando desde que nacieron
mis dos vástagos, la ternura, la admiración, el mimo, la preocupación y el
orgullo que experimento cada vez que pienso en ellos. Pero me niego a competir
con mi esposa en esto. Ella ganaría siempre y con razón.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Recuerdo
que yo solía contestar al modo salomónico, aunque mentía como un bellaco. Claro
que quería a mi madre y a mi padre, pero, en absoluto, del mismo modo. Es más,
no creo que nadie pueda querer con la misma intensidad al uno y a la otra,
salvo que medien problemas psicológicos de alguna clase. Uno es hijo de su
madre desde el origen y para siempre, y en el camino se encuentra a un hombre,
de gesto severo, que además de abrazarlo con rudeza, pone orden en su vida, le
recrimina de forma constante su comportamiento y, si al caso viene, le da algún
azote. Es verdad que una madre te los da también, pero ella siempre lleva razón
y, si no la lleva, terminamos por dársela.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Aquellos
eran unos años de un paternalismo atroz, pues en la tierra nos gobernaba con
mano dura un hombre y desde el cielo se asomaba otro hombre de rostro barbado y
gesto adusto. Cuando abríamos los libros de la escuela, descubríamos la figura
bizarra del Cid, el busto desabrido de Lope de Vega o de Cervantes, mientras
que las mujeres solían llevar hábito eclesiástico o eran tan poco agraciadas y
tenían tan mala fama como Isabel de Castilla.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
No
cabe duda de que aquel era un mundo de hombres, donde las mujeres decían más de
lo que, en principio, se les permitía decir, pero siempre de puertas para
adentro, con autoridad pero en voz baja. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El
patriarcado, como modelo antropológico no resulta ni tan antiguo ni tan
razonable como su versión opuesta, es decir, la mujer como centro de la tribu y
de la vida, pues de lo que nunca ha habido duda es de que cada uno de nosotros
procede de su madre, sobre todo en aquellos días en que nacíamos en los
dormitorios matrimoniales, y no intervenían personas ajenas a la familia en el
parto. De hecho en alguna tribu y en alguna época el matriarcado fue la norma,
y nadie se preocupaba de quién era su padre, sino tan solo de la mujer que
debía darle de mamar y debía protegerlo. La leona atiende a sus cachorros y
caza también para ellos, mientras el macho dormita durante horas en la extensa
sabana. Los pastores de cabras o de ovejas no necesitan tantos carneros y
machos cabríos como cabras y ovejas para criar sus rebaños, con unos pocos les
sobra para cubrir a la manada; el toro bravo que se lidia en las plazas recibe
el nombre en masculino de su madre, pero también recibe la bravura; de hecho
únicamente se tientan hembras en las fincas para seleccionar la mejor raza.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Mi
padre siempre prefería un perro, un gato o cualquier otro animal hembra, porque
aseguraba que eran más inteligentes y más leales, llevaban en su condición y en
su instinto animal la enorme responsabilidad de engrandecer la especie, de
protegerla y de perpetuarla. Tampoco en las colmenas eran demasiado importantes
los zánganos, cuya labor reproductora constituía la totalidad de su
participación en el enjambre. No es excepcional que en determinadas especies,
cuando la hembra consigue ser fecundada, se deshaga del macho, como si ya no
tuviera otra utilidad y, en cambio, suponga una carga onerosa para el resto de
los individuos. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Reconozco
con pudor que mi supuesto feminismo está basado en una excelente y muy cómoda
relación con la mayor parte de las mujeres de mi vida, que me lo han hecho muy
fácil todo y me han permitido desarrollar
mi tiempo y mis capacidades, desde mi madre, que me preparaba la leche y
los bocadillos cada mañana, realizaba todas las labores de la casa y me atendía
en cada detalle hasta mi esposa que a todo lo anterior ha añadido el cuidado de mis hijos y ese imprescindible
mimo amoroso que permite a hombres y a mujeres disfrutar de la piel y los
sentidos en absoluta libertad.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Por
eso, educo a mis hijos para que respeten a su madre y la distingan siempre de
mí, porque no me importaría en absoluto que a la pregunta del inicio de este artículo
respondieran sin coacciones y sin prejuicios, con la verdad por delante.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Por
cierto, ¿a quién quiere usted más, a su padre o a su madre?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<span style="font-size: 12pt;"> </span>Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-77299851519108453342013-03-23T07:42:00.002-07:002013-03-23T07:42:30.182-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
OCHENTA POR HORA</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Todo iba, por entonces, a ochenta
por hora, a una velocidad vertiginosa que los muchachos de aquel tiempo
considerábamos trepidante y desenfrenada, no solo los coches y las motos sobre
aquellas infames, polvorientas y peligrosas carreteras de mi infancia, donde el
único firme era el polvo y los baches infinitos, sino cualquier objeto, persona
o idea, porque el modelo máximo de ligereza eran estos dos dígitos, un tótem de
modernidad y tecnología, que nos gustaba repetir con solvencia de muchachos
casi posmodernos, como si a partir de aquel momento fuese muy difícil rebasar
esos límites inimaginables.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
A
ochenta por hora bajábamos los críos por las calles del Castillo subidos en
vehículos imaginarios que rugían al son de nuestras propias gargantas, tomaban
curvas peligrosas, descendían obstáculos imposibles y, de vez en cuando,
atropellaban a algún incauto. A ochenta por hora iban los hombres a la huerta
porque se les hacía tarde y empezaba a amanecerles, erguidos sobre las altas
burras adormiladas, y las mujeres, presurosas y dispuestas carretera adelante
hacia la fábrica de conservas donde, a ochenta por hora, pasarían una buena
parte del día, deshuesando albaricoques o melocotones, embotando fruta variada
o cargando palés que los hombres conducirían a ochenta por hora hasta los
camiones.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Lástima
que los diferentes dueños de aquellas fábricas, casi siempre ruinosas y
efímeras, no alcanzaran nunca esta celeridad y tardaran todo un año, a veces
toda una vida, para pagarles a las mujeres aquel sueldo miserable que se habían
ganado con tanta premura y tanto sacrificio.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En la vendimia, en Francia, era
cada cual responsable de su hilera, <i>renga
</i>la llamábamos, y en ella se afanaba diligente para cortar todos los racimos
de uva de cada parra, echarlos en el cubo y vaciarlos en el remolque del
tractor que al fin de la jornada lo llevaría al lugar donde habría de prensarse
para elaborar el vino. Volvíamos tarde a comer y con muy poco tiempo, pues muy
pronto habríamos de regresar al tajo, así que mujeres y hombres hacían la
comida y se la comían a todo tren, pues, pese a que por aquellos días el estrés
no se había puesto de moda todavía y, por lo tanto, no lo padecía nadie, el
ritmo de la vida en este trance resultaba apresurado sin duda.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Todos
los trabajos requerían un ritmo vivo para que la producción fuese la adecuada y
el sueldo de los peones rentable; en ocasiones, se establecían pequeñas
competiciones improvisadas entre los propios jornaleros para demostrarse a sí
mismos y a los otros sus habilidades con las tijeras de podar, su destreza para
descubrir las uvas, cortarlas y llenar los cubos. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
El hombre de
la ciudad ha contemplado siempre el campo como un terreno sereno y plácido
donde la existencia transcurre en calma, pero lo cierto es que hombres y
mujeres se levantaban con las primeras luces, daban de comer a los animales,
iban a por agua a la fuente para el consumo, y cuando tenían la casa, los
corrales y el pajar en orden, se dirigían a la huerta o a la era y a ochenta
por hora faenaban durante todo el día de sol a sol, descansando lo mínimo para
comer y liar un cigarro, beber agua del cántaro fresco y mirar con recelo al
cielo por donde siempre venían los males.
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Además, las
mujeres engendraban, parían y criaban muchos hijos, porque por aquellos días el
mundo necesitaba manos, esclavos y estómagos vacíos de una forma inexplicable,
y nunca descuidaban sus labores domésticas: cosían, remendaban, cocinaban,
fregaban y lavaban a mano durante horas, con un crío pegado a uno de sus pechos
y los otros gateando a su alrededor, devolviendo vida a la vida, a veces solas,
porque el marido había muerto, pero voluntariosas siempre, decididas a sacar
adelante la casa y a su prole, valerosas y casi heroicas. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
La prisa ha espoleado de un modo
paradójico al hombre del campo, enfrascado en mil tareas que debía afrontar en
un tiempo concreto, antes de que llegara la canícula, se metieran los fríos del
invierno, cayeran las lluvias de septiembre o las nieves de febrero. El clima,
las lunas, las temporadas, las plagas y todas las inclemencias amenazaban su
suerte y entristecían su vigilia. Era preciso correr para recolectar la oliva
antes de que los vientos de marzo la echaran al suelo, o vendimiar la uva que
ya estaba madura y se pudriría si llegaban las lluvias o se la comerían los
grajos, o segar y recoger los haces de trigo no fuera a caer una tormenta de
verano y lo echara a perder todo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Cada noche el padre y la madre
trazaban los planes para el día siguiente. Acarrear el agua de la fuente más
cercana, arrancar las patatas de la tierra, matar el cerdo, preparar la comida
para todos, <i>descascarotar </i>las
almendras que habían traído del secano
aquel mismo día, meter los tomates en botes al baño maría para todo el
año, enristrar los pimientos, secar los higos, partir las almendras, salar los
jamones, labrar la tierra.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
Lo dicho, a ochenta por hora. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
</div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-65653197983177188622013-03-17T05:51:00.005-07:002013-03-17T05:51:49.095-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
ARSENIO SÁNCHEZ NAVARRO. UN
MORATALLERO ILUSTRE Y UN AMIGO</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Reconozco que lo conocí muy tarde
y lamento que haya sido así, porque de haber tenido más tiempo, habríamos
compartido más cosas y nos habrían unido otros asuntos, demás de su amor
incondicional a Moratalla y de su inclinación por la literatura, aunque era todo
un personaje en el mundo de los negocios, y dedicó buena parte de su vida a
levantar ese emporio del que fue secretario durante muchos años, llamado FREMM.
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Un
amigo común me advirtió hace más de tres lustros de que conocía a un
compatriota mío que se refería a mí y a mis libros en un tono muy elogioso y
con absoluta admiración. Es posible que, en un alarde de modestia, no le
concediera yo entonces demasiada importancia, hasta que un día me informó de
que aquel hombre acababa de publicar un libro donde escribia sobre nuestro
pueblo y me dedicaba unas palabras ensalzando mis libros y poniéndome como
ejemplo de moratallero ilustre. “De Moratalla a Murcia” se titulaba aquella
obra y en ella tenía la generosidad de referirse a mi persona en términos
excepcionales, sobre todo teniendo en cuenta que todavía no nos habíamos
saludado siquiera: “El escritor y poeta moratallero, posiblemente el más
grande, Pascual García…” y proseguía transcribiendo uno de mis poemas donde se
reflejaban los recuerdos del frío en la infancia y la emoción de la nostalgia.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
No
tuve más remedio, por supuesto, que llamarlo por teléfono y, como hago siempre
que alguien escribe bien sobre mí, agradecerle en primera persona su comentario
encomiástico. En aquella conversación ya me di cuenta de que estaba ante un
personaje excepcional, no sólo inteligente y lúcido, sino dotado de una
humanidad fabulosa, cercano, discreto y tan humilde como suelen serlo siempre
los hombres grandes.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Como
yo, como la media moratallera, Arsenio Sánchez Navarro era un hombre de
estatura baja, pero de una personalidad enérgica, resuelto y amable al mismo
tiempo, franco y afectuoso, decidido, afable y sencillo como un hombre que había
vivido mucho, había reflexionado bastante y se había diseñado una idea sobre la
vida y el mundo tan real como afectuosa.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Durante
algunos años, bien es verdad que no muchos, fuimos encontrándonos en diversos
foros, leyó mis libros que fui regalándole con mucho gusto, porque me constaba
que era un gran lector y un lector exigente, y nunca dejó de hacerme alguna
observación siempre cordial, orgulloso de compartir conmigo la tierra de
origen, de proclamarse moratallero como yo. Reconozco que cuando uno encuentra
a un ser humano de la valía profesional e intelectual de Arsenio, de su talante
liberal y desprendido, de su carácter risueño y hospitalario, y alcanza el
privilegio de ser amigo suyo, pese al escaso tiempo que nos otorga la vida, la
experiencia resulta inestimable y la huella que deja su ausencia, ahora que ya
no se encuentra con nosotros, imposible casi de ocupar de nuevo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Es
verdad que los amigos los tiene uno como un privilegio quizás inmerecido,
porque a veces no les dedica el tiempo y el interés que debiera; tal vez por
eso, son amigos, porque no exigen nada, porque están cuando uno los necesita.
Yo puedo decir que Arsenio estuvo en el momento en que me hizo falta su buena
mano, su prodigalidad y su devoción a cuanto yo había escrito.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Me
gustaría corresponderle ahora, en estos momentos de tristeza y de ausencia;
mandarles desde esta página un abrazo a su viuda y un apretón de manos a sus
hijos, expresarles mi sentimiento y
acompañarlos en su dolor, que también es el mío, porque todos los días no nos
deja un moratallero de su talla, un
hombre de bien y un amigo. Descanse en paz. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-left: 106.2pt; text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
</div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-59231425139714766822013-03-17T05:46:00.002-07:002013-03-17T05:46:38.283-07:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">PEDANTE
POR DEFECTO<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">La
versión más extendida y conocida del pedante es la del que usa el idioma de un
modo exagerado, altanería y engreimiento, es decir, la del que habla o escribe
por encima de su interlocutor con el propósito de apabullarlo, menoscabarlo o
disminuirlo de algún modo. El lenguaje es, qué duda cabe, también poder, no
tanto como el poder real o como el poder económico, pero signo de distinción,
al fin y al cabo, y arma muy útil para
la consecución de algunos objetivos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Yo me he topado en mi vida con alguno
de estos individuos, pero hace tiempo que vengo observando el fenómeno
contrario, es decir, la pedantería por defecto, la voluntad de dejar claro que
uno es de pueblo cerrado, aunque no lo sea, que no tiene estudios, aunque haya
cursado ingeniería con éxito, que no domina un nivel medio de lenguaje, aunque
haya elaborado toda una tesis.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Reconozco que la campechanía excesiva
me aturde, sobre todo cuando no es natural ni verdadera, sino que nace de la
certeza de ser superior al otro, pero con el empeño radical de que parezca lo
contrario, como si nos avergonzáramos de lo que somos, de haber empezado en un
punto de la vida y del camino y haber avanzado hasta alcanzar otro punto, como
si nos pusiéramos a la defensiva de aquellos que pueden pensar que ya no somos
los que éramos al inicio.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Por supuesto que nunca somos del todo
los que éramos, que el tiempo, los amigos, los estudios, la experiencia y
nuestro entorno nos van cambiando irremediablemente. Tenemos siempre la opción
de volver al origen, a los colegas de la infancia y a la familia en una estado normal, sin pretender a ultranza
que no sólo no nos hemos movido ni un
centímetro del sitio del que partimos, sino que estamos aún más atrás que
aquellos que se quedaron.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> El pedante por defecto es fastidioso y
pesado, más murciano que nadie, más de la huerta que nadie, más de todos los
tópicos que nadie; suele hablar alto y basto para que quede clara su
procedencia rústica y a veces echa mano de uno de esos términos panochos que
deberíamos ir olvidando, porque ni la ciencia ni la cultura de élite, ni la
política ni el arte han reconocido dicha lengua todavía y hasta es posible que
no lo hagan nunca.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Uno debe ser lo que es en cada tramo de
su vida y apechugar con ello y saber llevarlo adelante, y para esto no necesita
olvidar sus orígenes en absoluto, sino muy al contrario, puede reivindicarlos
con sencillez y discreción, porque, al cabo, nadie es mejor por haber nacido en
un pueblo o en otro, por usar una u otra lengua o por haber estudiado determinadas
materias o no.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> El pedante por defecto es un falso paleto que, en el fondo, se está riendo de nosotros
cuando interpreta su papel, es un tramposo que juega con las cartas marcadas y
que se sabe impune, porque está por encima, en el otro lado y es diferente. En
cambio, no posee el valor justo para defender su trinchera o para tendernos una
mano franca sin máscaras o enjuagues. Ya he dicho que uno es lo que es y lo que
toca es afrontar lo bueno o lo malo, lo que nos haya caído en suerte.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Yo fui pastor o, mejor dicho, ocasional
ayudante de pastor, ocasional jornalero y peón eventual, porque para ser todo
esto que he enumerado y hacerlo bien, hay que saber bastante y tener muchas
ganas. Envidiaba entonces, y todavía lo sigo haciendo, a los hombres y a las
mujeres que no se arredraban ante las fatigas del tajo y los rigores de las
faenas esforzadas. Pero yo quise ser siempre otra cosa y empujé en esa
dirección hasta casi lograr mi anhelo, pues en ello estoy aún.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> A estas alturas de la película ningún
pedante de medio pelo, ni por exceso ni por defecto, me va a enmendar la plana,
que ya tengo cincuenta tacos y estoy de vuelta de algunas cosas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> <o:p></o:p></span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-38815092414567366012013-03-09T03:53:00.002-08:002013-03-09T03:53:56.148-08:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
MANUAL DE INSTRUCCIONES<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Nunca logré leerme hasta el final
ninguno de esos latosos, soporíferos y obtusos manuales de instrucciones, que
nos llegan en las cajas de los electrodomésticos, las cámaras fotográficas, los
muebles del Ikea o los juguetes que les compramos a los hijos en los grandes
almacenes. No se trata de un gesto de desprecio a la labor afanosa y eficaz tal
vez de unos escritores y descriptores de los misterios técnicos del aparato en
cuestión. Bueno, lo de aparato, a veces, es excesivo, porque hasta el juguete de
plástico que se halla en el interior de los huevos de chocolate kinder contiene
sus propias instrucciones para montarlo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Digo
que no es desprecio, es incapacidad para entender el texto, escrito en varios
idiomas, pero casi siempre traducido al castellano, mal traducido, eso sí,
pésimamente traducido, pero tampoco es
sólo eso, es que me aburre de una manera mortal la lectura de todos y cada uno
de los pasos que debemos seguir para que el trasto de turno termine
funcionando.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Recuerdo
la noche de Reyes que pasamos mi mujer y yo construyendo de nuevo aquel informe
amasijo de hierros, tornillos y ruedas que constituía el interior de una caja
enorme donde debía haber una bicicleta, eso compramos al menos, una elemental
bicicleta de toda la vida, con un manillar, un sillín, dos ruedas, unos pedales
y una cadena.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Tengo
la suerte de que mi mujer posee una gran imaginación visual, no obstante es
pintora entre otras cosas, y una especial habilidad para los trabajos manuales.
De modo que ella dirigía las operaciones de ensamblaje y yo me limitaba a
apretar las tuercas con todas mis energías, para que el regalo de marras estuviese
dispuesto a la mañana siguiente. Ni que decir tiene que, mientras mi mujer se
devanaba los sesos intentando encajar todo aquel desparrame metálico que
dejamos en el suelo, yo blasfemaba en arameo y sudaba sin conseguir del todo el
propósito de darle forma definitiva a
aquel pequeño plano en clave misteriosa que habían adjuntado a las piezas con
el objetivo quizás de torturarnos a ambos
unas horas antes de que llegaran los tres Magos de Oriente y nos dejaran
de una forma misteriosa justo aquello que les habíamos pedido.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Ya
andaba yo nervioso, porque casi los veía venir y, sorprendidos por nuestra
presencia molesta, volverse otra vez a las tierras calcinadas de donde venían
sin dejarnos ni siquiera unos míseros pedazos de carbón.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Como
siempre, fue mi mujer la que consiguió, ya a altas horas de la madrugada y con
los ilustres visitantes a punto de aparecer, resolver la ecuación de tercer o
cuarto grado en que consistía aquel caos de piezas sueltas que yacía a nuestros
pies.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Yo
creo que si dilucidar el enigma de la bicicleta desguazada y vuelta a
recomponer, seremos capaces incluso de solventar asuntos más peliagudos, y hasta
es posible que llevemos a buen puerto y hasta el final este barco, no siempre
estable ni seguro, del matrimonio, en el que tantos naufragan últimamente. A lo
mejor, más de uno necesita una larga sesión de bricolaje con un oscuro e
ininteligible manual de instrucciones.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Hoy
por hoy ya no es posible comprar nada, si no es a trozos, despedazado de manera
conveniente en el interior de una
envoltura cualquiera, donde encontraremos, sin lugar a dudas, un siniestro, inescrutable
e ilegible manual de instrucciones.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Quizás,
si tomara aliento, me cargara de toda la paciencia del mundo, desplegara con
lentitud el prospecto de letra diminuta y me aplicara confiado y sereno al
desciframiento concienzudo de cada una
de las órdenes y reglas, ilustradas vagamente en los gráficos intrincados y en
las oscuras fotografías, numeradas y dispuestas para que una mente más clara
que la mía, más inteligente tal vez, pueda seguir las enseñanzas que encierra
el impenetrable catálogo de disposiciones y directrices, sería capaz, al cabo
de algunas horas de sufrimiento, sudor y pesadumbre, de componer una elemental,
discreta, cómoda y sencilla mesa de escritorio.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Con
lo fácil que es elegirla en el sitio, pagarla en la caja y cargarla en el
maletero del coche. Sin llevarte trabajo
a casa ni tomar disgustos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-36096321146459663172013-03-09T03:48:00.000-08:002013-03-09T03:48:10.146-08:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
EL PENSAMIENTO ÚNICO<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El arroz con pollo o con conejo
de los domingos, duro o blando, caldoso o seco, la fiesta, alcohólica, musical
o erótica de los sábados por la noche (sábado sabadete…), la misa de doce de
los días de fiesta, el paseo por la tarde de los domingos, todos los políticos son unos ladrones,
trabajar durante muchas horas para rendir más, dormir seis o siete, mi pueblo
es el mejor y el dinero lo puede todo, a las mujeres no les gusta hacer el amor
y los hombres sólo piensan en una cosa, casarse de blanco, casarse, no casarse,
leer aburre y la inteligencia da miedo, el que grita tiene la razón, el pez
grande se come al pez chico y si no tienes padrino no te bautizas, el dinero es
lo único importante, la postergada y eterna revolución agraria, la postergada y
eterna revolución, la tarta omnipresente de todos los cumpleaños, las mujeres
guapas son tontas, el trabajo dignifica, a mí no me gusta criticar, pero…,
mañana empiezo sin más dilación, votar no sirve para nada, señores y señoras,
estimado público, le acompaño en su sentimiento, si me hubieses visto de joven,
parecía otro…, el hambre que pasamos, el hambre que pasaron todos, ahora vivís
como reyes, yo habría llegado muy lejos si me hubiesen dejado, la casa en la
huerta o en el campo, el apartamento en la playa, la mujer, el coche, la pluma
y el caballo no se dejan nunca,… la amante debe ser más guapa que la esposa, el
café a media tarde. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Llevo
toda la vida trabajando, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
nene, estate quieto, no me gustan las películas lentas ni la música moderna ni
la música clásica ni el vino, porque es cosa de viejos. Cubatas y cerveza es lo
que bebo y como patatas fritas, pizzas y hamburguesas, como las que hacía mi
bisabuela en El Salto allá por los últimos años del siglo XIX, el tabaco mata y
la guerra enriquece a los traficantes de armas, lávate el pelo con champú
anticaspa y sopla la sopa para no quemarte, el que la hace que la pague, ojo
por ojo, diente por diente, eso no da dinero, de perdidos al río, olvídate de
ella, cuanto antes mejor, hazme caso, todo pasa.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
No
mires a las mujeres porque estás casado, no me gustan las mujeres porque estoy casado, no sé cocinar porque soy un
inútil, no me gustan los hombres, pero eso no se piensa ni se dice. Estamos en
crisis y todo sigue igual; no desayuné en una cafetería hasta pasados los
veinte ni comí en un restaurante ni me compré un traje a medida ni viajé de
vacaciones.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Hoy
desayuna todo el mundo en las cafeterías, porque estamos en mitad de una crisis
espeluznante, la salud es lo primero, con el euro hemos perdido poder
adquisitivo, la muerte no perdona a nadie, la semana que viene me apunto a un
gimnasio, si no sabes inglés no vas a ninguna parte, las matemáticas son
fundamentales, madre no hay más que una, antes llovía más a menudo, la fruta ya
no sabe a nada, los colegios de pago son mejores, si vienen los comunistas nos
quitarán las tierras.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Los
viejos estorban y los niños están mejor acostados y durmiendo; las mujeres nos
mangonean a placer, pero yo mando en mi casa; el Madrid ganará la liga este
año, los hombres solo hablan de fútbol y de mujeres, y las mujeres, de trapitos
y de famosos, no a la guerra, sí a la vida, las batallitas del abuelo son
insoportables, la tele es una basura, el cine español no vale, nadie ha leído
el Quijote, el matrimonio es un vínculo indisoluble, el amor es para siempre.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Las
bicicletas son para el verano, haz el amor y no la guerra, el carril bici
resulta imprescindible, protejamos las ballenas y que le vayan dando al tercer
mundo, América está siempre en guerra, como la vida en el pueblo no hay nada,
este año me quedará el latín, el profesor me tiene manía, soy gordo, llevo
gafas, soy demasiado alto, soy bajo, tengo los pies grandes, tengo los pies
pequeños, me sobran kilos, estoy a dieta, siempre estoy a dieta, a los hombres
les gustan las mujeres delgadas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Ducha
diaria, cambio diario de ropa, las aguas están contaminadas, cualquier tiempo
pasado fue mejor, nunca triunfaré del todo, los hijos son lo más importante, el
amor no pasa nunca, Casablanca, bocadillo de atún con mahonesa, café, copa y
puro, carne y pescado, gambas frescas, los mejores cocineros son hombres. Comer
sin sal. Comer sin azúcar. Comer sin grasas. Comer poco. No comer. No.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
La
imaginación al poder, no te fastidia.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<o:p></o:p></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-70431445821796911402013-02-10T03:18:00.002-08:002013-02-10T03:18:23.554-08:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">HOSPITALIDAD<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">No
creo en el paraíso de la infancia ni en esa estúpida obsesión de que cualquier
tiempo pasado fue mejor. Antes al contrario, la infancia llega a ser, en muchos
casos, un verdadero infierno, y los mejores años de mi vida están todavía por
venir; o, al menos, así quiero pensarlo yo. Luego, la memoria tiene sus propias
mañas y se vale de las palabras para enaltecer, edulcorar y mitificar una época
tan común como cualquier otra. También es verdad que no todos tuvieron la misma
cuna ni compartieron el sabor agridulce de una niñez con más sombras que
luminarias. Cada cual apechuga con la suya, a pesar de que ninguno es
responsable de unos años que no elegimos vivir.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Entonces las cosas en el barrio eran
diferentes. Los muchachos entrábamos y salíamos de las pocas casas donde había
televisión con una libertad inusual, y los hombres y las mujeres no necesitaban
tarjeta de visita ni cita previa para presentarse en el domicilio del vecino a
cualquier hora del día con cualquier excusa o con ninguna. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> La vieja y honorable hospitalidad campesina permitía y auspiciaba
incluso estas libertades que hoy nos producirían horror. Aunque mi madre nos
educó para no molestar en las casas ajenas y, menos aún, en los espacios de la
comida, no resultaba extraño que entrara a mediodía un vecino cualquiera,
mientras la familia daba cuenta de una olla pantagruélica o de un arroz con conejo; por supuesto, que
al intruso se le instaba para que cogiese una cuchara y nos acompañase en la
mesa, sin darle opción a que rechazase nuestro ofrecimiento, y despreciase, por
ende, las humildes vituallas que teníamos sobre la mesa. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> El vecino o la vecina no aceptaban casi
nunca la invitación, pero tampoco se iban del todo; de manera que durante unos
minutos, que podrían parecernos infinitos, se creaba una situación incómoda, en
la que nosotros no terminábamos de relajarnos y el visitante no acababa de
irse.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Tampoco resultaba tan extraño que se
acomodara a un lado de la cocina, mientras nosotros proseguíamos con la comida
y se entablara una conversación particular, apenas forzada, entre el
visitante y la familia, metida de lleno
en la saludable operación de dar cuenta de los alimentos que la madre había
cocinado. O bien, se le servía un vaso de vino y se le preparaba un bocado para
que no desentonara del todo con el ajetreo general. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Había menos privacidad en aquellas
calles que las mujeres barrían de un modo comunal y que los hombres habían
encementado con el sudor de su frente y los materiales del Ayuntamiento, las
que usábamos como terreno de mil juegos, campo de batalla y trinchera
cotidiana; las calles por las que pasaban ovejas, cabras y burras cada día de
camino a la huerta o al monte, las que ocupaban en verano y por la noche
hombres y mujeres para matar con mimo y mucha labia las largas horas hasta el
instante de irse a la cama, las que, por
fin, inundaban las sombras y terminaban poblándose de los fantasmas fabulosos
de nuestra imaginación de muchachos pobres.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Sería injusto e hipócrita olvidar las
muchas rencillas, las peleas callejeras de mujeres desatadas y de hombres
broncos, de muchachos malcriados y hasta un punto crueles, de ancianos
miserables y blasfemos, porque aquel espacio, del que vengo escribiendo hace
años, no era un territorio idílico ni mucho menos. No era más que nuestro
barrio, una suerte de pequeño imperio donde mandábamos nosotros y donde, en parte,
nos sentíamos seguros e inexpugnables.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Pero no puedo olvidar aquellas noches
de septiembre, después de un día tórrido e interminable en el secano recogiendo
las almendras, cuando se reunían en el portal de mi casa, de un modo inesperado
y altruista, </span><st1:personname productid="la Mar■a"><span style="font-family: Tahoma;">la María</span></st1:personname><span style="font-family: Tahoma;">, </span><st1:personname productid="la Juana"><span style="font-family: Tahoma;">la Juana</span></st1:personname><span style="font-family: Tahoma;">, el Miguel, </span><st1:personname productid="la Paca"><span style="font-family: Tahoma;">la Paca</span></st1:personname><span style="font-family: Tahoma;">, </span><st1:personname productid="la Josefa"><span style="font-family: Tahoma;">la Josefa</span></st1:personname><span style="font-family: Tahoma;"> para ayudarnos a <i>descascarotar</i> las almendras que habíamos traído con la burra ese
día sin otra recompensa que la amistad, la conversación y un puñado de
almendras que mi madre solía regalarles al fin de la temporada. <o:p></o:p></span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-57902147225244521772013-02-10T03:13:00.002-08:002013-02-10T03:13:35.496-08:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
CONTIGO PAN Y CEBOLLA</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El amor tenía esas arrogancias,
esa chulesca soberbia, tan propia de la
química corporal, desordenada y al albur de una confusión de hormonas que solo
el tiempo acaba desgraciadamente por curar. Tenía y tiene, por supuesto, porque
hay cosas que no cambian nunca o, al menos, no deberían hacerlo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Ahora
bien, lo de contigo pan y cebolla
pertenece a una época muy concreta, más cerca del hambre de la posguerra
que de la abundancia actual, pese a la crisis. Hoy sería algo así como <i>contigo un menú de diez euros</i>, un menú
que incluye, desde luego, primero, segundo y fruta, porque la bebida la
cobrarán aparte. Mi pregunta es, si con la crisis se desmoronará alguna de esas
uniones que parecían forjadas para toda la vida, eternos enlaces conyugales por
los que todo el mundo apostaba sin duda, aquello que se fraguaba bajo la
fórmula de <i>lo que el hombre ha unido</i>,
etc…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Ahora
recuerdo que la primera vez que invité a comer
a la mujer que hoy es mi compañera, lo hice en el bar, (reconozco que he
preferido siempre la denominación más castiza de casa de comidas) al que
solíamos acudir, si bien muy de vez en cuando, porque no nos alcanzaba el
presupuesto, los compañeros que compartíamos un piso muy cerca del Campus de <st1:personname productid="la Merced. Se"><st1:personname productid="la Merced.">la Merced.</st1:personname>
Se</st1:personname> comía bien y a un precio irrisorio y, sobre todo, era
frecuente la comida casera. <i> <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<i> </i>A mi esposa no le
gustó el menú en aquella ocasión, acaso porque ella ha sido siempre una
excelente cocinera, como su madre, y aquel sitio era demasiado vulgar, hasta es
posible que un tanto cutre, para sus gustos culinarios.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Pensé
entonces que el refrán no se había cumplido y que cuando descendiéramos de
nivel gastronómico y pasáramos a la ensalada o a las verduras hasta llegar a la
rotunda y escueta cebolla la cosa iría de mal en peor.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Pero
me equivoqué, no tanto porque dudara de la sinceridad de sus sentimientos, sino
porque, acaso, menospreciaba el alto valor alimenticio de este fruto de la
tierra y su apreciado sabor, por no citar sus muchas virtudes curativas o
preventivas, entre las que se halla la protección del sistema cardiovascular,
sus beneficios contra el ácido úrico, la gota, el reumatismo y la prevención de
la osteoporosis, pero también es recomendable para la próstata.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Y,
sobre todo, porque a mi mujer, como a mí, le encantan la cebolla y el ajo, con
sus muy diversas posibilidades en la cocina, pero también crudos, y ambos
pasamos por alto, a cambio, ciertos pormenores incómodos del mal aliento. Una
ensalada de tomate con olivas negras partidas y cebolla tierna o un asado de patatas
y carne con lo propio constituyen exquisiteces semejantes a esas tostadas de
los fines de semana con pan de toda la vida, restregadas con un diente de ajo y
regadas con un chorro de aceite de oliva.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
La
crisis, esta maldición financiera que nos acosa y tal vez nos derribará a unos
cuantos, nos obligará a volver a las viejas fórmulas sentimentales e
inamovibles, porque divorciarse es caro y no está al alcance de cualquiera.
Comeremos, vestiremos y nos divertiremos con cierta discreción y prudencia, pues
durante algunos años el dispendio ha sido nuestra bandera, y viene siendo ya la
hora de despertar, echarse agua en la cara y despejarse , poner una olla en los
fogones, pelar unas patatas y unas cebollas, añadir unos pedazos de bacalao
desalado, un huevo, unos pimientos rojos o una ñora, rociarlo con un chorro de
aceite y cocinar un excelente hervido, que en Moratalla hemos llamado siempre
con humildad y sabiduría un caldo caliente.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Dice
Pablo de Tarso en una de sus cartas
bíblicas que el amor no muere nunca y, cuando estamos ante el altar nos
emociona oírlo, porque todos hemos nacido para admirar las cosas que perduran
para siempre y para pretenderlas, aunque con los años vayamos ido descubriendo
con creciente desencanto que no existe nada en el universo verdaderamente
eterno, salvo que acatemos la fábula del libro de los libros, que es excelente
como historia, pero ni mejor ni peor que otras grandes obras de la literatura
universal, en las que ahora no entraremos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Hasta
que los españoles trajimos la patata y otros tubérculos deliciosos de América,
los pobres comían cebollas fundamentalmente. Algunos siglos después, la mujer
del poeta Miguel Hernández, que se hallaba criando a su primer hijo en plena
guerra civil, se alimentaba con este producto, mientras su esposo combatía con
valor en el frente: <i>En la
cuna del hambre/ mi niño estaba./ Con sangre de cebolla/ se amamantaba</i>. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Lo
dicho. Amor eterno. Pan y cebolla.<o:p></o:p></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-81484803938565596922013-02-10T03:09:00.002-08:002013-02-10T03:09:41.436-08:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">LAS
BUENAS MANERAS EN </span><st1:personname productid="LA MESA"><span style="font-family: Tahoma;">LA MESA</span></st1:personname><span style="font-family: Tahoma;"><o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">La
sopa se sorbía de un modo casi estrepitoso, porque de lo contrario corrías el
riesgo de abrasarte. Se masticaba con la boca abierta y se hacía ruido, con una
familiaridad y una campechanía tan natural como el resto de las funciones
fisiológicas. La familia entera solía comer las migas o el arroz en torno a la
sartén, que sacaban humeante del fuego de la chimenea y colocaban sobre un
tiznero, alrededor del cual iban situándose todos, a una distancia prudente;
luego, con un cierto orden y unas educadas formas primitivas alargábamos la
cuchara, la llenábamos y nos la llevábamos a la boca, mientras intentábamos no
derramar nada. Los guisos solían verterse en una fuente que la madre situaba en
el centro de la mesa, y procedíamos del mismo modo. Aquello era una verdadera
ceremonia, en la que se compartían los alimentos, las conversaciones, el calor
de la familia y la alegría de satisfacer
el hambre un día más. Se usaban
las cucharas para tomar el caldo y las
navajas para cortar el pan y la carne, pero los tenedores y los cuchillos eran
inútiles. Se mojaba con pan, con un pedazo que pinchábamos en la punta de la
navaja y con el que los más habilidosos iban cargando el tomate frito, o las
alubias y las patatas de una fenomenal ensalada
de alubias, la ajoharina o la verdura.
Aquella industria resultaba original,
divertida y respondía, por supuesto, a unas normas de respetabilidad en la mesa
que venían de muy lejos, de los antiguos
clanes campesinos de la sierra.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Los tomates se partían con la navaja y
con la punta se mojaba un poco de sal y se extendía en la pulpa roja de la
hortaliza, del mismo modo que sujetábamos un trozo de tocino o de jamón sobre
un cacho de pan e íbamos cortando pequeñas
porciones que mezclábamos con el pan y el tomate. Los melones y las sandías los
cortábamos en tajadas que nos comíamos con las manos, a bocados como en las
viejas historietas infantiles, mientras que la leche de las mañanas se echaba
en grandes tazones que llenábamos de sopas de pan; un poco de malta sustituía
de un modo más saludable al café.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Todos los días ponía la madre un
puchero al fuego, porque ése era el único concepto gastronómico razonable,
económico y placentero al paladar que conocíamos todos, salvo en determinados
días en que se cocinaba el arroz como un manjar excepcional, al que, por otro
lado, nunca he sido demasiado adicto. Un solo plato constituía toda la comida,
en la que no solían faltar las verduras, las legumbres, los cereales, las
hortalizas y, en ocasiones, la carne, es decir lo que equivale a un bien
equilibrado y completo régimen alimentario. Después se sacaba la fuente con los
embutidos, verdaderas regalías de carne de cerdo, que ponían término a la
colación, aunque la fruta, variada y del tiempo, estaba siempre presente en el
cesto de esparto sobre la mesa familiar. Se pelaban las manzanas y las peras
con la navaja, se mondaban las naranjas con las manos, se comían las tajadas de
melón o de sandía sin otros cubiertos que los propios dientes, se pelaban los
plátanos y se abrían las granadas para acceder a esos pequeños tesoros que nos
llevábamos a la boca como un regalo; a las brevas sanjuaneras y a los higos del
verano apenas los despojábamos de la verde envoltura y ya estábamos disfrutando
de su miel y de su carne. Los higos chumbos, frescos y mañaneros, eran un fruto
exótico de la planta más pobre de la tierra.
<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Ni postre ni café comparecían en estos
rituales cotidianos del hambre bien saciada; tampoco el vino era habitual,
salvo para el padre, mientras que el agua, del grifo o de la fuente que, al
fin, compartían la misma procedencia, fue el refresco natural que acompañó de
una forma invariable estas entrañables citas culinarias, en las que apenas se
ponderaba el arte de la cocinera ni se agradecían sus desvelos y sus fatigas
para tenerlo todo dispuesto, a punto, a la hora convenida, porque así era la
costumbre, porque a veces, por desgracia, la excelencia no se premia.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> En la mesa no guardábamos protocolos de
una finura exquisita, tan solo las maneras estrictas de una buena educación
campesina, pero no resultaban infrecuentes los eructos como un complemento
necesario del principio de una adecuada digestión. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Al fin, los hombres sacaban las petacas
oscuras y los libritos de papel y ofrecían su tabaco con un ademán generoso,
mientras que las mujeres iban desalojando la mesa de platos, fuentes y
cucharas. Liados los últimos cigarros de la escueta sobremesa, salían a la
calle, miraban al cielo, aparejaban las bestias unos para encaminarse a la era,
y los otros se dirigían al corral del ganado para soltar las reses en los
prados adyacentes.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> No se engañen, no había nada de
bucólico en aquellos días, aunque lo parezca. Eso es cosa solo de escritores y
desocupados.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8136559144856660835.post-9298092469562946982013-01-20T02:59:00.002-08:002013-01-20T02:59:28.054-08:00<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">MIRAR
A LOS QUE TRABAJAN<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;">¿Por
qué vamos a negarlo a estas alturas? Nos gustaba mirar a los otros mientras
trabajaban. Mejor aún, constituye todavía hoy una de las grandes aficiones del
ser humano junto al sexo y a la vagancia. En realidad, nuestro placer no es
completo si al otro también le alcanza; por eso, preferimos no trabajar en
aquellos días en que el resto de la gente tiene faena, porque de ese modo nos
luce mucho más nuestro tiempo de descanso, nuestro privilegio de seres
exonerados momentáneamente de la condena de una ocupación cualquiera, siempre
que se trate de una labor impuesta y obligatoria.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Los ancianos y los niños nos
arremolinábamos alrededor de las cuadrillas de albañiles, atareados en levantar
un muro, arreglar un tejado o enlucir una fachada, mientras departían entre
ellos, fumaban o piropeaban, en ocasiones de un modo desmedido, a las muchachas
que acertaban a pasar por la calle. Aparejar una burra o descargar los sacos
repletos de algún producto de la huerta, los haces de leña o las cajas de
fruta, mientras sudaban los hombres, eran, sin duda, espectáculos predilectos
de aquel tiempo lento y ya lejano.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Los muchachos observábamos el trabajo
como algo que también nos atañía, porque muy pronto seríamos nosotros, apenas
salidos de la infancia, los protagonistas de aquellas escenas costumbristas de
brega ordinaria. Había, por otro lado, en aquel gesto una especie de
acompañamiento, una solidaridad implícita, una hermandad de hombres que se
sabían semejantes y nacidos para el padecimiento diario, una iniciación, al
fin, en ciernes, pero yo he encontrado en esta fijación algo especialmente
morboso, un afán por acercarnos al dolor
y a la fatiga de los otros sin compartirla del todo, como nos ocurre cuando
vemos a los animales salvajes encerrados en una jaula del circo o a las
peligrosas serpientes en una vitrina del zoológico.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> El deleite consiste en aproximarnos al
fuego sin llegar a tocarlo, en percibir el sudor y el extremado ejercicio de
los obreros sin participar en ello, como si estuviéramos contemplando una
película con escenas reales, donde luchan soldados del curro cotidiano, en cuyo
esfuerzo también colaboramos, pero en la distancia, a unos metros prudentes de
donde sucede el verdadero drama del tajo
por si nos eligieran, por un casual, para entrar en acción. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Esa disposición tal vez nos haya
separado bastante de la laboriosidad europea y del progreso norteamericano,
como si ellos, los otros, a los que Unamuno instaba con desprecio para que
inventaran mientras nos ocupábamos nosotros de tareas más espirituales, hubiesen
nacido con el gen misterioso del empeño en llevar a cabo cualquier menester,
con alegría y tesón, con tal de llegar más lejos que nosotros y de ser mejores.
Y hasta es posible que lo hayan conseguido.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Quizás aquella actitud pasiva de
mirones perezosos constituyera, en el fondo, una virtud de seres reflexivos
dados al ocio, como lo fueron en su día un puñado de griegos insignes, que vigilaron
el cielo durante horas y días, hablaron y escribieron incansables y, por fin, fundaron
la cultura occidental, incluida la democracia y el cristianismo. Para ello
contaban con un ejército disciplinado de esclavos que realizaban todas las
funciones subalternas, desagradables y humillantes sin pedir nada a cambio,
porque estaban en el mundo para eso.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> Es injusto, desde luego, pero acaso
Tales de Mileto, Hipócrates o Platón, por poner tres ejemplos destacados,
fijarían sus ojos en ellos, como nosotros, los muchachos del Castillo, haríamos
bastantes siglos más tarde con los hombres que amasaban el yeso, mezclaban el
cemento y la arena o sacaban el ganado a pastar a la huerta, aunque nosotros,
por otro lado, aportaríamos bastante menos al conocimiento y a la cultura humanista
europea.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> A lo mejor es que sencillamente nos
había tocado la peor parte, y algunos
todavía no se habían dado cuenta. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Tahoma;"> <o:p></o:p></span></div>
Pascual Garcíahttp://www.blogger.com/profile/02254907092701498844noreply@blogger.com0