PEDANTE
POR DEFECTO
La
versión más extendida y conocida del pedante es la del que usa el idioma de un
modo exagerado, altanería y engreimiento, es decir, la del que habla o escribe
por encima de su interlocutor con el propósito de apabullarlo, menoscabarlo o
disminuirlo de algún modo. El lenguaje es, qué duda cabe, también poder, no
tanto como el poder real o como el poder económico, pero signo de distinción,
al fin y al cabo, y arma muy útil para
la consecución de algunos objetivos.
Yo me he topado en mi vida con alguno
de estos individuos, pero hace tiempo que vengo observando el fenómeno
contrario, es decir, la pedantería por defecto, la voluntad de dejar claro que
uno es de pueblo cerrado, aunque no lo sea, que no tiene estudios, aunque haya
cursado ingeniería con éxito, que no domina un nivel medio de lenguaje, aunque
haya elaborado toda una tesis.
Reconozco que la campechanía excesiva
me aturde, sobre todo cuando no es natural ni verdadera, sino que nace de la
certeza de ser superior al otro, pero con el empeño radical de que parezca lo
contrario, como si nos avergonzáramos de lo que somos, de haber empezado en un
punto de la vida y del camino y haber avanzado hasta alcanzar otro punto, como
si nos pusiéramos a la defensiva de aquellos que pueden pensar que ya no somos
los que éramos al inicio.
Por supuesto que nunca somos del todo
los que éramos, que el tiempo, los amigos, los estudios, la experiencia y
nuestro entorno nos van cambiando irremediablemente. Tenemos siempre la opción
de volver al origen, a los colegas de la infancia y a la familia en una estado normal, sin pretender a ultranza
que no sólo no nos hemos movido ni un
centímetro del sitio del que partimos, sino que estamos aún más atrás que
aquellos que se quedaron.
El pedante por defecto es fastidioso y
pesado, más murciano que nadie, más de la huerta que nadie, más de todos los
tópicos que nadie; suele hablar alto y basto para que quede clara su
procedencia rústica y a veces echa mano de uno de esos términos panochos que
deberíamos ir olvidando, porque ni la ciencia ni la cultura de élite, ni la
política ni el arte han reconocido dicha lengua todavía y hasta es posible que
no lo hagan nunca.
Uno debe ser lo que es en cada tramo de
su vida y apechugar con ello y saber llevarlo adelante, y para esto no necesita
olvidar sus orígenes en absoluto, sino muy al contrario, puede reivindicarlos
con sencillez y discreción, porque, al cabo, nadie es mejor por haber nacido en
un pueblo o en otro, por usar una u otra lengua o por haber estudiado determinadas
materias o no.
El pedante por defecto es un falso paleto que, en el fondo, se está riendo de nosotros
cuando interpreta su papel, es un tramposo que juega con las cartas marcadas y
que se sabe impune, porque está por encima, en el otro lado y es diferente. En
cambio, no posee el valor justo para defender su trinchera o para tendernos una
mano franca sin máscaras o enjuagues. Ya he dicho que uno es lo que es y lo que
toca es afrontar lo bueno o lo malo, lo que nos haya caído en suerte.
Yo fui pastor o, mejor dicho, ocasional
ayudante de pastor, ocasional jornalero y peón eventual, porque para ser todo
esto que he enumerado y hacerlo bien, hay que saber bastante y tener muchas
ganas. Envidiaba entonces, y todavía lo sigo haciendo, a los hombres y a las
mujeres que no se arredraban ante las fatigas del tajo y los rigores de las
faenas esforzadas. Pero yo quise ser siempre otra cosa y empujé en esa
dirección hasta casi lograr mi anhelo, pues en ello estoy aún.
A estas alturas de la película ningún
pedante de medio pelo, ni por exceso ni por defecto, me va a enmendar la plana,
que ya tengo cincuenta tacos y estoy de vuelta de algunas cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario