sábado, 9 de abril de 2011



TERAPIAS



Vivimos en plena efervescencia curativa, como si de repente hubiésemos descubierto horrorizados que padecemos un millar de extrañas enfermedades, buena parte de ellas de nuevo cuño, a las que es preciso combatir del modo más eficaz, pero con los más insólitos procedimientos. Eso sí, sin que resulte necesario consultar al facultativo o especialista de turno, porque la medicina tradicional ya no posee el predicamento que tuvo antaño, como si de un modo súbito hubiésemos dejado de creer en el dios de la ciencia que nos subió a los altares el positivismo y los descubrimientos de principios del siglo pasado.
            Hoy solemos resolverlo casi todo con una variedad de terapias verdaderamente  exagerada y hasta bochornosa. La hidroterapia, la risoterapia, la talasoterapia, la aromaterapia, la cromoterapia, la iristerapia, la abrazoterapia, la digitoterapia o
 las innumerables e intrincadas psicoterapias combaten nuestro estrés, que por no tener entidad física ni manifestación material, cualquiera puede sufrirlo sin saber a ciencia cierta en qué consiste, mientras se muere poco a poco de un tumor galopante o de una cardiopatía feroz. Tampoco es tan raro ponerse de los nervios en estos días, en los que mantener el trabajo, impedir el divorcio y educar a los hijos no constituyen tareas sencillas que digamos. Si a todo esto le añadimos el ruido infernal que nos rodea, la prisa que nos asalta de continuo y el mal humor del que hacemos gala casi todos alguna vez por un quítame allá esas pajas, es normal que andemos de un lado para otro buscando nuevos remedios para estos nuevos males.
            Antes las cosas estaban más claras, aunque su causa y su explicación rozaran, en ocasiones, el ámbito mágico.  Uno moría o enfermaba no por algún agente patógeno, sino por un mal aire, los efluvios malignos de la luna o porque le había llegado la hora y no había vuelta de hoja. En la actualidad hemos sustituido las antiguas supersticiones de raíz legendaria y los dioses verdaderos, que así constan en las Escrituras, por otras supercherías  y otros diosecillos menores, cuyos orígenes ignora la mayor parte de la gente y, lo que es peor, algunos se los inventan por puros intereses lucrativos.
Nos quejábamos de los curas y de toda la jerarquía eclesiástica, pero prestamos oídos a cualquier patán que nos aborda con su cantinela de inspiración mística y su variopinta y reciente mitología. Nos echan las cartas, nos leen las líneas de las manos, nos aturden con el horóscopo y la astrología, nos venden antiquísimas religiones orientales como el capricho lúcido de una estrella de Holliwood   y nos convencen para que atendamos a todos los chanchullos, a todas las estafas, a todos los montajes, sin advertir que el ser humano es, por naturaleza, un animal fabulador, un creador de historias, un consumidor de relatos y de ficciones.
No es que nos guste que nos mientan, es que nos encanta habitar otros predios, otros horizontes. La aventura nos corre por las venas de un modo tan natural como nos corre la sangre. No es preciso añadir que el miedo a la muerte hace el resto. Por otro lado, estar solos en el universo es inconcebible, aunque bien mirado, igual de inconcebible es la eternidad y el infinito y todos los misterios de la religión oficial. Creemos, en resumen, en lo que nos da la gana y cuando nos conviene, como ha venido sucediendo desde el principio de todo.
Tal vez rezar ya no esté de moda ni pedir a Dios por los nuestros y por nosotros mismos ni perdonar los pecados, creer en la virginidad de María y en la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo, en el juicio final y en la resurrección de los muertos en cuerpo y en alma.
Yo comprendo que no están los tiempos para tanta fe, que bastante tenemos con buscarnos la vida y confiar en la suerte y en un destino medianamente halagüeño, pero, a cambio, es ridículo albergar tanta devoción, tanta fidelidad y tanta entrega a esos nuevos credos de la modernidad que parecen disciplinas circenses, novísimas idolatrías de diseño y que, desde luego y por fortuna, no cubre la Seguridad Social.   
De seguir así algún chamán de pacotilla se atreverá a poner en cuestión también la propia muerte y nos propondrá alguna medicina alternativa como remedio. Negocio redondo. De fijo que se forra, claro.



                                  

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