martes, 18 de octubre de 2011



SOLOS EN LA MADRUGADA



Volvíamos de madrugada, exhaustos y con algunas copas de más, pero éramos jóvenes y la vida se hallaba por entero delante de nosotros. Recuerdo que prefería meterme en la cama antes de que amaneciera del todo como si sólo en la noche encontrara el descanso necesario, y colocaba una botella de agua a mi vera para la sed de la resaca inevitable, el orinal debajo por si una urgencia y entraba entre las sábanas fragantes, con olor a jabón casero que mi madre solía fabricar con los restos de aceite y sosa, y era como entrar en la antesala del paraíso.
            Regresábamos de la fiesta, de la farra nocturna y traíamos la música dentro de la cabeza embotada, el pecho cubierto de humo y la garganta en carne viva. Aún me fumaba el último ducados camino de la Plaza de la Iglesia, mientras pintaba el alba en el cielo y no había otro mañana que aquel mismo día recién iniciado, de calles húmedas con macetas y geranios y algún perro vagabundo.
            No era todavía nadie y, sin embargo, era el único hombre en la tierra, el elegido, o así me sentía yo caminando por la Calle Mayor de vuelta a casa. La fatiga y el sueño acumulado me otorgaban la sensación de una irrealidad fantasmagórica. De un modo casi intuitivo enfilaba el callejón de la Iglesia y subía hasta el Patio Campanario, aunque, alguna vez, recalábamos en el mirador de la Plaza y contemplábamos la huerta  en dirección al río y comentábamos algún extremo de la noche, las anécdotas que repetiríamos el resto de la semana.
            Éramos jóvenes, sin duda y la vida estaba delante de nosotros intacta aún, aunque más temprano que tarde debíamos escoger un camino, una opción, un futuro; entretanto, consumíamos nuestras horas de asueto de la manera liviana que nos correspondía a nuestros pocos años y a nuestras luces justas, las precisas para no meternos en líos mayores, para evitar el riesgo de los callejones sin salida, para volver siempre a casa y empezar el nuevo día.
            Unos cubatas, algunas cañas, la música atronadora, aquella música disco que pasaría de moda como pasarán todas las cosas que gustan a la mayoría, porque son meros artículos de  consumo rápido, el tabaco y las conversaciones en voz alta, las muchachas que tanto nos atraían y a las que no decíamos nada, porque éramos tímidos y jóvenes y Ya conocéis mi torpe aliño indumentario, escribió el poeta sevillano.
            Regresábamos despacio, paladeando todavía las mieses de la noche o abjurando de nuestra mala suerte, pero seguíamos vivos y la primera brisa de la mañana nos entraba en el cuerpo como un aviso de lo que nos depararía el destino. Éramos, desde luego, optimistas, y felices a pesar de todo, aunque al día siguiente nos levantaran nuestros padres para  ir a la huerta y muy pronto llegara el tiempo de la vendimia o la recolección de la oliva o tantas faenas que nunca escaseaban, pues nos unía un mismo origen humilde y agrícola, una infancia compartida y precaria y el barrio del Castillo y los juegos de la calle.
            No podré olvidar, mientras viva, aquellas madrugadas de vuelta a casa, sin dinero, cansado de vivir la noche casi en vano junto a los amigos, mareado de luces y de sueño, en el borde casi del desaliento, en ese instante mágico en que la luz y el aire parecen detenidos para siempre y uno no sabe bien del todo si vendrá la mañana, si acudirá el sol radiante y exhumará las cosas de su letargo nocturno, y avanza por las callejas empedradas junto a los tres o cuatro amigos de siempre, desorientados, tambaleantes, cariacontecidos, porque se va la noche y se acaba la juerga y es todo tan fugaz  que da miedo pensarlo.
            No somos nada en esos últimos minutos, pero a nadie debemos rendir cuentas tampoco, porque la fiesta es territorio franco y a todos nos pertenece. Cada cual enfilará su propia dirección e irá quedándose en el camino. Los últimos, mi amigo Diego y yo, subiremos extenuados hasta la Calle Curato. El tramo hasta el Castillo lo hago solo, mientras me engolfo en el recuerdo de mi casa próxima, de mi dormitorio y de la cama que me está aguardando. Mañana será otro día, sin duda, me digo.


                                                 

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