domingo, 27 de mayo de 2012


ME TOMAN EL PELO


Sólo sé que no sé nada y tengo miedo. Es la primera vez que me encuentro a expensas de una banda de iniciados en los arcanos de la gran economía, una secta fundada por alguna especie de anticristo para acelerar el fin del mundo sin que nadie pueda comprender bien del todo lo que en realidad viene ocurriendo desde hace unos años, ese dolor sordo e implacable que se extiende por Europa como una sombra maléfica y que en España ha recalado de un modo más intenso. Será porque éste  es un país de tradición imperial y de grandes palabras y todo sucede más y durante más tiempo, sobre todo si es malo.
            Ni la prima de riesgo ni el juego de la bolsa ni los eurobonos ni las intervenciones bancarias entraban en los temas de las asignaturas de egebé, que fue para la mayoría el único nivel académico posible; pero tampoco explicaron este intríngulis en los años sucesivos y, cuando alcanzamos la universidad, cada cual campó a sus anchas y aquello fue ya un sindiós. Hemos arribado a estos años de ciclones y diluvios financieros casi universales en la más absoluta ignorancia en la materia, aunque atendemos a las cifras inescrutables de cada jornada, muy atentos por si se nos hace la luz de repente y vislumbramos alguna claridad en la penumbra.
            Cuando acudo a mi caja de ahorros, miro con recelo el pequeño despacho del delegado y me entran ganas de pasar a pedirle no un préstamo, que no me lo daría y encima se reiría en mi cara, sino algún tipo de seguridad  en esto cotidiano y oscuro de los telediarios, en este sinvivir de reuniones europeas a muy alto nivel, escandalosas cifras de sueldos millonarios o suculentas y vergonzantes indemnizaciones. 
            Da la impresión de que las ratas abandonasen el barco semihundido y de que la tripulación se estuviese asegurando un bote salvavidas,  no vaya a pasar como en el Titanic, que no hubo para todos.
            Las cifras astronómicas, extravagantes e inalcanzables para la mayoría, alimentan el caos y la desconfianza. Estupefacto asisto a las declaraciones de algún personaje de la cosa, como escribiría Umbral, que en paz descanse, y no me queda más remedio que comulgar con ruedas de molino, pues acepto los miles de millones como se acepta un plato de sopa de cocido o un vaso de jumilla, y ni siquiera entiendo de dónde vienen  y adónde van, quién los lleva y, sobre todo, quién se los queda finalmente, en qué cuenta bancaria terminan descansando.
            De lo que no me cabe duda es de que entre nosotros hay más de un listo y más de dos que ya han hecho su agosto antes de que empiece el verano y el cataclismo de los peores vaticinios económicos comience a amedrentarnos cada día en cada noticiario como una salmodia apocalíptica.
            No me gusta ser alarmista, porque la vida sigue ahí fuera esperándonos y nosotros tenemos la obligación de disfrutarla con entusiasmo, pero tengo la certidumbre de que hace bastante tiempo que me toman el pelo y, lo que es peor aún, que no parece importarme mucho.


                                                           

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