domingo, 20 de enero de 2013



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Medio millar de números de un periódico, que primero fue quincenal y, más tarde, comenzó a salir cada semana, y cuya difusión y distribución se limitan a la comarca de su propio nombre, constituye un acontecimiento de tal envergadura que no queda más remedio que celebrarlo, todos juntos: trabajadores de la empresa, colaboradores y lectores, con el ánimo de que el suceso se prolongue y la vida de éste, tan nuestro, El Noroeste prosiga, al menos, otro medio millar más.
            De estos quinientos es posible que mi palabra esté en la mitad de ellos, y espero que todos los que logran cada semana mantener en pie este milagro de páginas unidas me permitan seguir durante mucho tiempo en el mismo sitio, cálido, reconocible, cercano y tan nuestro, donde me leen y me siguen mi familia y mis amigos y desde donde me es posible el homenaje humilde y sincero al pueblo donde nací. He publicado en revistas y periódicos de orden nacional e internacional, desde Albacete a Miami, pero en El Noroeste he encontrado mis raíces como en ninguna parte. A principios del siglo pasado, y aun en el anterior, proliferaron los periódicos locales y comarcales para cubrir las necesidades de información, de opinión y de debate de pequeños territorios cuyos habitantes sentían un fervor especial por la palabra escrita, pues aún estaban lejos los modernos medios informativos y los veloces sistemas de comunicación.
            Mi espíritu radicará siempre en esa era Gutemberg del papel y la tinta que inauguró el Renacimiento y en la que hemos vivido durante siglos, engolfados en la palabra escrita como si no fuera posible concebir otros modos. Las necesidades del trabajo, la comodidad, la limpieza y el orden me han obligado a echar mano de las nuevas tecnologías, de esos nuevos chismes que nos hacen más fácil la vida cada jornada, pero la emoción con que recibo todas las semanas El Noroeste en mi casa de Murcia, la ilusión con que abro el buzón, extraigo el pequeño paquete y rasgo el precinto donde leo mi nombre y mis señas y, sobre todo, la algazara con que extiendo el periódico y busco mi columna de todas las semanas, junto a la de mi buen amigo, casi hermano, Rubén Castillo, y compruebo con agrado que una vez más y como siempre han respetado escrupulosamente todas y cada una de mis palabras así como el orden en que las escribí en su día, no tiene precio, se lo aseguro.
            Dentro de un par de meses apenas, se cumplirán seis años de mi primer artículo en este periódico, pero lo importante hoy son los quinientos números de una publicación que nació en la esquina más humilde de un viejo país imperial asolado por una infinidad de crisis y muy venido a menos. La última está diezmando nuestros caudales, dejándonos sin trabajo y robándonos, en ocasiones, hasta la propia casa. En páginas parecidas a ésta podemos leer todos los días y todas las semanas un buen número de noticias y de opiniones al respecto. Un periódico permite, al menos, que una sociedad civilizada y medianamente culta se exprese, ofrezca una mirada crítica contra la superstición, el falso folclore, las malas artes terruñeras de los de siempre, la incultura y el control de las ideas.
            El Noroeste es, además, una empresa en toda regla que acoge, entre otros, a los más necesitados y da trabajo a los que, de otro modo, no lo encontrarían con facilidad, y los que mandan en este negocio merecen mi respeto porque han sabido aunar los principios solidarios de una sociedad moderna, el beneficio económico y la aventura cultural. No voy a dar nombres porque todos los conocemos y a ellos no les resultaría cómodo seguramente aparecer entre estas palabras.
            He asistido a la transformación de un periódico que comenzó siendo demasiado localista en el contenido, opaco en el estilo y sin mucha ambición, cuyos espacios se llenaban con frecuencia de simplezas y vulgaridades ancladas en un regocijo pueblerino e injustificado, y hoy es un semanario con carácter, independiente y plural, en el que no faltan la verdadera cultura y el arte verdadero, los debates políticos, la actualidad deportiva y las columnas de opinión de un nivel comparable a la de un diario cualquiera.
            Quinientos números le dan derecho a una mayoría de edad que se ha ganado a pulso y en buena ley. Enhorabuena, pues, y ojalá nos veamos dentro de otros quinientos aquí mismo.     

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