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Medio millar de números de un periódico, que
primero fue quincenal y, más tarde, comenzó a salir cada semana, y cuya
difusión y distribución se limitan a la comarca de su propio nombre, constituye
un acontecimiento de tal envergadura que no queda más remedio que celebrarlo,
todos juntos: trabajadores de la empresa, colaboradores y lectores, con el
ánimo de que el suceso se prolongue y la vida de éste, tan nuestro, El Noroeste
prosiga, al menos, otro medio millar más.
De
estos quinientos es posible que mi palabra esté en la mitad de ellos, y espero
que todos los que logran cada semana mantener en pie este milagro de páginas
unidas me permitan seguir durante mucho tiempo en el mismo sitio, cálido,
reconocible, cercano y tan nuestro, donde me leen y me siguen mi familia y mis
amigos y desde donde me es posible el homenaje humilde y sincero al pueblo
donde nací. He publicado en revistas y periódicos de orden nacional e
internacional, desde Albacete a Miami, pero en El Noroeste he encontrado mis
raíces como en ninguna parte. A principios del siglo pasado, y aun en el
anterior, proliferaron los periódicos locales y comarcales para cubrir las
necesidades de información, de opinión y de debate de pequeños territorios
cuyos habitantes sentían un fervor especial por la palabra escrita, pues aún
estaban lejos los modernos medios informativos y los veloces sistemas de
comunicación.
Mi
espíritu radicará siempre en esa era Gutemberg del papel y la tinta que
inauguró el Renacimiento y en la que hemos vivido durante siglos, engolfados en
la palabra escrita como si no fuera posible concebir otros modos. Las
necesidades del trabajo, la comodidad, la limpieza y el orden me han obligado a
echar mano de las nuevas tecnologías, de esos nuevos chismes que nos hacen más
fácil la vida cada jornada, pero la emoción con que recibo todas las semanas El
Noroeste en mi casa de Murcia, la ilusión con que abro el buzón, extraigo el
pequeño paquete y rasgo el precinto donde leo mi nombre y mis señas y, sobre
todo, la algazara con que extiendo el periódico y busco mi columna de todas las
semanas, junto a la de mi buen amigo, casi hermano, Rubén Castillo, y compruebo
con agrado que una vez más y como siempre han respetado escrupulosamente todas
y cada una de mis palabras así como el orden en que las escribí en su día, no
tiene precio, se lo aseguro.
Dentro
de un par de meses apenas, se cumplirán seis años de mi primer artículo en este
periódico, pero lo importante hoy son los quinientos números de una publicación
que nació en la esquina más humilde de un viejo país imperial asolado por una
infinidad de crisis y muy venido a menos. La última está diezmando nuestros
caudales, dejándonos sin trabajo y robándonos, en ocasiones, hasta la propia
casa. En páginas parecidas a ésta podemos leer todos los días y todas las
semanas un buen número de noticias y de opiniones al respecto. Un periódico
permite, al menos, que una sociedad civilizada y medianamente culta se exprese,
ofrezca una mirada crítica contra la superstición, el falso folclore, las malas
artes terruñeras de los de siempre, la incultura y el control de las ideas.
El
Noroeste es, además, una empresa en toda regla que acoge, entre otros, a los
más necesitados y da trabajo a los que, de otro modo, no lo encontrarían con
facilidad, y los que mandan en este negocio merecen mi respeto porque han
sabido aunar los principios solidarios de una sociedad moderna, el beneficio
económico y la aventura cultural. No voy a dar nombres porque todos los
conocemos y a ellos no les resultaría cómodo seguramente aparecer entre estas
palabras.
He
asistido a la transformación de un periódico que comenzó siendo demasiado
localista en el contenido, opaco en el estilo y sin mucha ambición, cuyos
espacios se llenaban con frecuencia de simplezas y vulgaridades ancladas en un
regocijo pueblerino e injustificado, y hoy es un semanario con carácter,
independiente y plural, en el que no faltan la verdadera cultura y el arte
verdadero, los debates políticos, la actualidad deportiva y las columnas de
opinión de un nivel comparable a la de un diario cualquiera.
Quinientos
números le dan derecho a una mayoría de edad que se ha ganado a pulso y en
buena ley. Enhorabuena, pues, y ojalá nos veamos dentro de otros quinientos
aquí mismo.
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