CONTIGO PAN Y CEBOLLA
El amor tenía esas arrogancias,
esa chulesca soberbia, tan propia de la
química corporal, desordenada y al albur de una confusión de hormonas que solo
el tiempo acaba desgraciadamente por curar. Tenía y tiene, por supuesto, porque
hay cosas que no cambian nunca o, al menos, no deberían hacerlo.
Ahora
bien, lo de contigo pan y cebolla
pertenece a una época muy concreta, más cerca del hambre de la posguerra
que de la abundancia actual, pese a la crisis. Hoy sería algo así como contigo un menú de diez euros, un menú
que incluye, desde luego, primero, segundo y fruta, porque la bebida la
cobrarán aparte. Mi pregunta es, si con la crisis se desmoronará alguna de esas
uniones que parecían forjadas para toda la vida, eternos enlaces conyugales por
los que todo el mundo apostaba sin duda, aquello que se fraguaba bajo la
fórmula de lo que el hombre ha unido,
etc…
Ahora
recuerdo que la primera vez que invité a comer
a la mujer que hoy es mi compañera, lo hice en el bar, (reconozco que he
preferido siempre la denominación más castiza de casa de comidas) al que
solíamos acudir, si bien muy de vez en cuando, porque no nos alcanzaba el
presupuesto, los compañeros que compartíamos un piso muy cerca del Campus de la Merced.
Se comía bien y a un precio irrisorio y, sobre todo, era
frecuente la comida casera.
A mi esposa no le
gustó el menú en aquella ocasión, acaso porque ella ha sido siempre una
excelente cocinera, como su madre, y aquel sitio era demasiado vulgar, hasta es
posible que un tanto cutre, para sus gustos culinarios.
Pensé
entonces que el refrán no se había cumplido y que cuando descendiéramos de
nivel gastronómico y pasáramos a la ensalada o a las verduras hasta llegar a la
rotunda y escueta cebolla la cosa iría de mal en peor.
Pero
me equivoqué, no tanto porque dudara de la sinceridad de sus sentimientos, sino
porque, acaso, menospreciaba el alto valor alimenticio de este fruto de la
tierra y su apreciado sabor, por no citar sus muchas virtudes curativas o
preventivas, entre las que se halla la protección del sistema cardiovascular,
sus beneficios contra el ácido úrico, la gota, el reumatismo y la prevención de
la osteoporosis, pero también es recomendable para la próstata.
Y,
sobre todo, porque a mi mujer, como a mí, le encantan la cebolla y el ajo, con
sus muy diversas posibilidades en la cocina, pero también crudos, y ambos
pasamos por alto, a cambio, ciertos pormenores incómodos del mal aliento. Una
ensalada de tomate con olivas negras partidas y cebolla tierna o un asado de patatas
y carne con lo propio constituyen exquisiteces semejantes a esas tostadas de
los fines de semana con pan de toda la vida, restregadas con un diente de ajo y
regadas con un chorro de aceite de oliva.
La
crisis, esta maldición financiera que nos acosa y tal vez nos derribará a unos
cuantos, nos obligará a volver a las viejas fórmulas sentimentales e
inamovibles, porque divorciarse es caro y no está al alcance de cualquiera.
Comeremos, vestiremos y nos divertiremos con cierta discreción y prudencia, pues
durante algunos años el dispendio ha sido nuestra bandera, y viene siendo ya la
hora de despertar, echarse agua en la cara y despejarse , poner una olla en los
fogones, pelar unas patatas y unas cebollas, añadir unos pedazos de bacalao
desalado, un huevo, unos pimientos rojos o una ñora, rociarlo con un chorro de
aceite y cocinar un excelente hervido, que en Moratalla hemos llamado siempre
con humildad y sabiduría un caldo caliente.
Dice
Pablo de Tarso en una de sus cartas
bíblicas que el amor no muere nunca y, cuando estamos ante el altar nos
emociona oírlo, porque todos hemos nacido para admirar las cosas que perduran
para siempre y para pretenderlas, aunque con los años vayamos ido descubriendo
con creciente desencanto que no existe nada en el universo verdaderamente
eterno, salvo que acatemos la fábula del libro de los libros, que es excelente
como historia, pero ni mejor ni peor que otras grandes obras de la literatura
universal, en las que ahora no entraremos.
Hasta
que los españoles trajimos la patata y otros tubérculos deliciosos de América,
los pobres comían cebollas fundamentalmente. Algunos siglos después, la mujer
del poeta Miguel Hernández, que se hallaba criando a su primer hijo en plena
guerra civil, se alimentaba con este producto, mientras su esposo combatía con
valor en el frente: En la
cuna del hambre/ mi niño estaba./ Con sangre de cebolla/ se amamantaba.
Lo
dicho. Amor eterno. Pan y cebolla.
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