domingo, 10 de febrero de 2013


CONTIGO PAN Y CEBOLLA


El amor tenía esas arrogancias, esa chulesca soberbia,  tan propia de la química corporal, desordenada y al albur de una confusión de hormonas que solo el tiempo acaba desgraciadamente por curar. Tenía y tiene, por supuesto, porque hay cosas que no cambian nunca o, al menos, no deberían hacerlo.
            Ahora bien, lo de contigo pan y cebolla  pertenece a una época muy concreta, más cerca del hambre de la posguerra que de la abundancia actual, pese a la crisis. Hoy sería algo así como contigo un menú de diez euros, un menú que incluye, desde luego, primero, segundo y fruta, porque la bebida la cobrarán aparte. Mi pregunta es, si con la crisis se desmoronará alguna de esas uniones que parecían forjadas para toda la vida, eternos enlaces conyugales por los que todo el mundo apostaba sin duda, aquello que se fraguaba bajo la fórmula de lo que el hombre ha unido, etc…
            Ahora recuerdo que la primera vez que invité a comer  a la mujer que hoy es mi compañera, lo hice en el bar, (reconozco que he preferido siempre la denominación más castiza de casa de comidas) al que solíamos acudir, si bien muy de vez en cuando, porque no nos alcanzaba el presupuesto, los compañeros que compartíamos un piso muy cerca del Campus de la Merced. Se comía bien y a un precio irrisorio y, sobre todo, era frecuente la comida casera.  
            A mi esposa no le gustó el menú en aquella ocasión, acaso porque ella ha sido siempre una excelente cocinera, como su madre, y aquel sitio era demasiado vulgar, hasta es posible que un tanto cutre, para sus gustos culinarios.
            Pensé entonces que el refrán no se había cumplido y que cuando descendiéramos de nivel gastronómico y pasáramos a la ensalada o a las verduras hasta llegar a la rotunda y escueta cebolla la cosa iría de mal en peor.
            Pero me equivoqué, no tanto porque dudara de la sinceridad de sus sentimientos, sino porque, acaso, menospreciaba el alto valor alimenticio de este fruto de la tierra y su apreciado sabor, por no citar sus muchas virtudes curativas o preventivas, entre las que se halla la protección del sistema cardiovascular, sus beneficios contra el ácido úrico, la gota, el reumatismo y la prevención de la osteoporosis, pero también es recomendable para la próstata.
            Y, sobre todo, porque a mi mujer, como a mí, le encantan la cebolla y el ajo, con sus muy diversas posibilidades en la cocina, pero también crudos, y ambos pasamos por alto, a cambio, ciertos pormenores incómodos del mal aliento. Una ensalada de tomate con olivas negras partidas y cebolla tierna o un asado de patatas y carne con lo propio constituyen exquisiteces semejantes a esas tostadas de los fines de semana con pan de toda la vida, restregadas con un diente de ajo y regadas con un chorro de aceite de oliva.
            La crisis, esta maldición financiera que nos acosa y tal vez nos derribará a unos cuantos, nos obligará a volver a las viejas fórmulas sentimentales e inamovibles, porque divorciarse es caro y no está al alcance de cualquiera. Comeremos, vestiremos y nos divertiremos con cierta discreción y prudencia, pues durante algunos años el dispendio ha sido nuestra bandera, y viene siendo ya la hora de despertar, echarse agua en la cara y despejarse , poner una olla en los fogones, pelar unas patatas y unas cebollas, añadir unos pedazos de bacalao desalado, un huevo, unos pimientos rojos o una ñora, rociarlo con un chorro de aceite y cocinar un excelente hervido, que en Moratalla hemos llamado siempre con humildad y sabiduría un caldo caliente.
            Dice Pablo de Tarso  en una de sus cartas bíblicas que el amor no muere nunca y, cuando estamos ante el altar nos emociona oírlo, porque todos hemos nacido para admirar las cosas que perduran para siempre y para pretenderlas, aunque con los años vayamos ido descubriendo con creciente desencanto que no existe nada en el universo verdaderamente eterno, salvo que acatemos la fábula del libro de los libros, que es excelente como historia, pero ni mejor ni peor que otras grandes obras de la literatura universal, en las que ahora no entraremos.
            Hasta que los españoles trajimos la patata y otros tubérculos deliciosos de América, los pobres comían cebollas fundamentalmente. Algunos siglos después, la mujer del poeta Miguel Hernández, que se hallaba criando a su primer hijo en plena guerra civil, se alimentaba con este producto, mientras su esposo combatía con valor en el frente: En la cuna del hambre/ mi niño estaba./ Con sangre de cebolla/ se amamantaba.
            Lo dicho. Amor eterno. Pan y cebolla.

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