sábado, 20 de abril de 2013


NI GRACIAS NI POR FAVOR


No recuerdo que en mi infancia nos prodigáramos con estas habituales fórmulas de cortesía, no por una evidente falta de educación, sino porque no eran expresiones que pertenecieran a nuestro vocabulario, sino más bien palabras que escuchábamos en el cine o en la televisión en boca de actores y de actrices que representaban papeles imaginarios, y eran, lo presentíamos también, rasgos lingüísticos de una clase social más alta que la nuestra y de un ámbito territorial más urbano.
            La ciudad era otra cosa. Sus habitantes se esmeraban en pronunciar todas y cada una de las letras y en hacerlo con una entonación graciosa y elegante. En Moratalla y, pasados los años comprendería que en muchos pueblos, las cosas eran diferentes y el aislamiento, la idiosincrasia dialectal, la autosuficiencia  y, por qué no decirlo también, esa soberbia de origen pedante que combina la ignorancia a sabiendas con el orgullo nacionalista, se hablaba no solo haciendo caso omiso de los plurales o las terminaciones de ciertos participios (las casaarreglao  por las casas o arreglado)  sino con un acento específico, distinto al del pueblo contiguo, pero igualmente válido, porque los acentos y las hablas, si son naturales, no deben molestar a nadie, y olvidados por completo de cualquier  amabilidad lingüística que pudiera parecernos cursi, foránea o afectada.
            He defendido en numerosas ocasiones que cada región, cada comarca e incluso cada pueblo muestre una cierta originalidad expresiva, ni peor ni mejor que  las de otros lugares, y, asimismo, basándome en mi competencia en la materia, he añadido alguna vez que en Murcia se construye la lengua desde el punto vista morfosintáctico mejor que en algunos lugares de Castilla y que nuestro acento pertenece al área más extensa y prestigiosa de la lengua española, la que se denomina área  meridional e incluye el sur del país y todo el continente americano, lugares donde más premios Nóbel de Literatura se han dado, desde Vicente Aleixandre, que nació en Málaga, Juan Ramón Jiménez, en Huelva o Gabriel García Márquez, en Colombia, por poner algún ejemplo ilustre. Ninguno de ellos pronunció el seco, estricto y adusto idioma castellano de Burgos y de Palencia, que se ha venido imponiendo durante décadas como el modelo ideal, impulsado por el franquismo y una espesa ideología sobre la corrección y las virtudes españolas.
            La tele acabó con todo esto y España entera se fue formando poco a poco en unos modos comunicativos que nos dictaban desde los más populares programas del medio siglo pasado y que todavía hoy nos siguen enseñando la forma y el fondo de la lengua que hablamos todos. Repetimos frases hechas, latiguillos, modismos, lugares comunes y lo hacemos en el único dialecto que nadie cuestiona, el de los medios de comunicación.
            Cuando mi madre ponía la mesa y nos servía los platos, nunca le dijimos gracias ni le pedimos por favor un trozo de pan o un vaso de agua. No había en esto mala intención, sino familiaridad y costumbre. Y, cuando en el tajo un compañero nos echaba una mano para cargar unas cajas de albaricoques en un camión o terminar una cepa de uva y adelantar, de esta forma, en la hilera que nos había tocado y que, al parecer, tenía demasiados racimos, porque todas no eran iguales, jamás decíamos gracias, o cuando pedíamos una caña y una torta de bacalao en El Moreno o un café en el Pepe del Joaquín tampoco añadíamos por favor.
            Y, sin embargo, era de uso corriente la disciplina en todos los ámbitos, el respeto a la autoridad y a los diversos poderes, la deferencia en el trato con los mayores o con los hombres y mujeres importantes y la sumisión de los que se hallaban abajo con respecto a los de posición superior. De manera que abundaba el usted en la escuela, en el trabajo, en la calle e, incluso, en la familia; por eso nuestros padres llamaron a los suyos  con este tratamiento, mientras que nosotros los tuteamos sin problemas, aunque nunca perdimos la noción de su importancia y de nuestra disposición para estar a su servicio y acatar sus reproches y sus consejos.
            Hoy en mi casa, mi mujer y yo predicamos con el ejemplo y no escatimamos las gracias y los porfavores, las muestras de respeto y de cariño entre nosotros, que no impiden, desde luego, las discusiones inevitables y los disgustos habituales, propios de todas las parejas, pero cada vez que le pedimos al otro en la mesa o en el salón  cualquier cosa, nunca olvidamos  hacerlo con la cortesía adecuada, y cuando nos hacemos un favor o recibimos del otro un servicio o un objeto, añadimos el gracias pertinente. Mis hijos también han adquirido este saludable hábito, que no cuesta nada y que nos proporciona allá donde vamos una excelente imagen de individuos civilizados, a los que resulta más fácil y más agradable tratar.


                                              

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