¿A QUIÉN QUIERES MÁS?
Iba uno de muchacho con sus
padres a dar una vuelta por la Calle
Mayor o por La
Glorieta , si era un día de fiesta grande, o de visita a casa
de unos familiares, y siempre te encontrabas a alguien que te hacía esa
pregunta tan estúpida como impertinente, tan obvia como inadecuada, mientras
tus progenitores te miraban y sonreían, como si se pudiera dudar por un solo
instante entre una opción y otra, teniendo en cuenta el pequeño detalle de que
es tu madre la que te lleva nueve meses en su barriga, la que te pare con
dolor, al menos en aquel tiempo, la que te alimenta y te cuida durante casi
toda su vida hasta que muere, pierde el sueño en los primeros meses y no ve más
que por tus ojos y no siente más que por todos y cada uno de tus sentidos.
También
soy yo padre y conozco el amor inmenso que he ido acumulando desde que nacieron
mis dos vástagos, la ternura, la admiración, el mimo, la preocupación y el
orgullo que experimento cada vez que pienso en ellos. Pero me niego a competir
con mi esposa en esto. Ella ganaría siempre y con razón.
Recuerdo
que yo solía contestar al modo salomónico, aunque mentía como un bellaco. Claro
que quería a mi madre y a mi padre, pero, en absoluto, del mismo modo. Es más,
no creo que nadie pueda querer con la misma intensidad al uno y a la otra,
salvo que medien problemas psicológicos de alguna clase. Uno es hijo de su
madre desde el origen y para siempre, y en el camino se encuentra a un hombre,
de gesto severo, que además de abrazarlo con rudeza, pone orden en su vida, le
recrimina de forma constante su comportamiento y, si al caso viene, le da algún
azote. Es verdad que una madre te los da también, pero ella siempre lleva razón
y, si no la lleva, terminamos por dársela.
Aquellos
eran unos años de un paternalismo atroz, pues en la tierra nos gobernaba con
mano dura un hombre y desde el cielo se asomaba otro hombre de rostro barbado y
gesto adusto. Cuando abríamos los libros de la escuela, descubríamos la figura
bizarra del Cid, el busto desabrido de Lope de Vega o de Cervantes, mientras
que las mujeres solían llevar hábito eclesiástico o eran tan poco agraciadas y
tenían tan mala fama como Isabel de Castilla.
No
cabe duda de que aquel era un mundo de hombres, donde las mujeres decían más de
lo que, en principio, se les permitía decir, pero siempre de puertas para
adentro, con autoridad pero en voz baja.
El
patriarcado, como modelo antropológico no resulta ni tan antiguo ni tan
razonable como su versión opuesta, es decir, la mujer como centro de la tribu y
de la vida, pues de lo que nunca ha habido duda es de que cada uno de nosotros
procede de su madre, sobre todo en aquellos días en que nacíamos en los
dormitorios matrimoniales, y no intervenían personas ajenas a la familia en el
parto. De hecho en alguna tribu y en alguna época el matriarcado fue la norma,
y nadie se preocupaba de quién era su padre, sino tan solo de la mujer que
debía darle de mamar y debía protegerlo. La leona atiende a sus cachorros y
caza también para ellos, mientras el macho dormita durante horas en la extensa
sabana. Los pastores de cabras o de ovejas no necesitan tantos carneros y
machos cabríos como cabras y ovejas para criar sus rebaños, con unos pocos les
sobra para cubrir a la manada; el toro bravo que se lidia en las plazas recibe
el nombre en masculino de su madre, pero también recibe la bravura; de hecho
únicamente se tientan hembras en las fincas para seleccionar la mejor raza.
Mi
padre siempre prefería un perro, un gato o cualquier otro animal hembra, porque
aseguraba que eran más inteligentes y más leales, llevaban en su condición y en
su instinto animal la enorme responsabilidad de engrandecer la especie, de
protegerla y de perpetuarla. Tampoco en las colmenas eran demasiado importantes
los zánganos, cuya labor reproductora constituía la totalidad de su
participación en el enjambre. No es excepcional que en determinadas especies,
cuando la hembra consigue ser fecundada, se deshaga del macho, como si ya no
tuviera otra utilidad y, en cambio, suponga una carga onerosa para el resto de
los individuos.
Reconozco
con pudor que mi supuesto feminismo está basado en una excelente y muy cómoda
relación con la mayor parte de las mujeres de mi vida, que me lo han hecho muy
fácil todo y me han permitido desarrollar
mi tiempo y mis capacidades, desde mi madre, que me preparaba la leche y
los bocadillos cada mañana, realizaba todas las labores de la casa y me atendía
en cada detalle hasta mi esposa que a todo lo anterior ha añadido el cuidado de mis hijos y ese imprescindible
mimo amoroso que permite a hombres y a mujeres disfrutar de la piel y los
sentidos en absoluta libertad.
Por
eso, educo a mis hijos para que respeten a su madre y la distingan siempre de
mí, porque no me importaría en absoluto que a la pregunta del inicio de este artículo
respondieran sin coacciones y sin prejuicios, con la verdad por delante.
Por
cierto, ¿a quién quiere usted más, a su padre o a su madre?
...traigo
ResponderEliminarecos
de
la
tarde
callada
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
PASCUAL
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE DJANGO, MASTER AND COMMANDER, LEYENDAS DE PASIÓN, BAILANDO CON LOBOS, THE ARTIST, TITANIC…
José
Ramón...