MANUAL DE INSTRUCCIONES
Nunca logré leerme hasta el final
ninguno de esos latosos, soporíferos y obtusos manuales de instrucciones, que
nos llegan en las cajas de los electrodomésticos, las cámaras fotográficas, los
muebles del Ikea o los juguetes que les compramos a los hijos en los grandes
almacenes. No se trata de un gesto de desprecio a la labor afanosa y eficaz tal
vez de unos escritores y descriptores de los misterios técnicos del aparato en
cuestión. Bueno, lo de aparato, a veces, es excesivo, porque hasta el juguete de
plástico que se halla en el interior de los huevos de chocolate kinder contiene
sus propias instrucciones para montarlo.
Digo
que no es desprecio, es incapacidad para entender el texto, escrito en varios
idiomas, pero casi siempre traducido al castellano, mal traducido, eso sí,
pésimamente traducido, pero tampoco es
sólo eso, es que me aburre de una manera mortal la lectura de todos y cada uno
de los pasos que debemos seguir para que el trasto de turno termine
funcionando.
Recuerdo
la noche de Reyes que pasamos mi mujer y yo construyendo de nuevo aquel informe
amasijo de hierros, tornillos y ruedas que constituía el interior de una caja
enorme donde debía haber una bicicleta, eso compramos al menos, una elemental
bicicleta de toda la vida, con un manillar, un sillín, dos ruedas, unos pedales
y una cadena.
Tengo
la suerte de que mi mujer posee una gran imaginación visual, no obstante es
pintora entre otras cosas, y una especial habilidad para los trabajos manuales.
De modo que ella dirigía las operaciones de ensamblaje y yo me limitaba a
apretar las tuercas con todas mis energías, para que el regalo de marras estuviese
dispuesto a la mañana siguiente. Ni que decir tiene que, mientras mi mujer se
devanaba los sesos intentando encajar todo aquel desparrame metálico que
dejamos en el suelo, yo blasfemaba en arameo y sudaba sin conseguir del todo el
propósito de darle forma definitiva a
aquel pequeño plano en clave misteriosa que habían adjuntado a las piezas con
el objetivo quizás de torturarnos a ambos
unas horas antes de que llegaran los tres Magos de Oriente y nos dejaran
de una forma misteriosa justo aquello que les habíamos pedido.
Ya
andaba yo nervioso, porque casi los veía venir y, sorprendidos por nuestra
presencia molesta, volverse otra vez a las tierras calcinadas de donde venían
sin dejarnos ni siquiera unos míseros pedazos de carbón.
Como
siempre, fue mi mujer la que consiguió, ya a altas horas de la madrugada y con
los ilustres visitantes a punto de aparecer, resolver la ecuación de tercer o
cuarto grado en que consistía aquel caos de piezas sueltas que yacía a nuestros
pies.
Yo
creo que si dilucidar el enigma de la bicicleta desguazada y vuelta a
recomponer, seremos capaces incluso de solventar asuntos más peliagudos, y hasta
es posible que llevemos a buen puerto y hasta el final este barco, no siempre
estable ni seguro, del matrimonio, en el que tantos naufragan últimamente. A lo
mejor, más de uno necesita una larga sesión de bricolaje con un oscuro e
ininteligible manual de instrucciones.
Hoy
por hoy ya no es posible comprar nada, si no es a trozos, despedazado de manera
conveniente en el interior de una
envoltura cualquiera, donde encontraremos, sin lugar a dudas, un siniestro, inescrutable
e ilegible manual de instrucciones.
Quizás,
si tomara aliento, me cargara de toda la paciencia del mundo, desplegara con
lentitud el prospecto de letra diminuta y me aplicara confiado y sereno al
desciframiento concienzudo de cada una
de las órdenes y reglas, ilustradas vagamente en los gráficos intrincados y en
las oscuras fotografías, numeradas y dispuestas para que una mente más clara
que la mía, más inteligente tal vez, pueda seguir las enseñanzas que encierra
el impenetrable catálogo de disposiciones y directrices, sería capaz, al cabo
de algunas horas de sufrimiento, sudor y pesadumbre, de componer una elemental,
discreta, cómoda y sencilla mesa de escritorio.
Con
lo fácil que es elegirla en el sitio, pagarla en la caja y cargarla en el
maletero del coche. Sin llevarte trabajo
a casa ni tomar disgustos.
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