sábado, 9 de marzo de 2013


MANUAL DE INSTRUCCIONES



Nunca logré leerme hasta el final ninguno de esos latosos, soporíferos y obtusos manuales de instrucciones, que nos llegan en las cajas de los electrodomésticos, las cámaras fotográficas, los muebles del Ikea o los juguetes que les compramos a los hijos en los grandes almacenes. No se trata de un gesto de desprecio a la labor afanosa y eficaz tal vez de unos escritores y descriptores de los misterios técnicos del aparato en cuestión. Bueno, lo de aparato, a veces, es excesivo, porque hasta el juguete de plástico que se halla en el interior de los huevos de chocolate kinder contiene sus propias instrucciones para montarlo.
            Digo que no es desprecio, es incapacidad para entender el texto, escrito en varios idiomas, pero casi siempre traducido al castellano, mal traducido, eso sí, pésimamente  traducido, pero tampoco es sólo eso, es que me aburre de una manera mortal la lectura de todos y cada uno de los pasos que debemos seguir para que el trasto de turno termine funcionando.
            Recuerdo la noche de Reyes que pasamos mi mujer y yo construyendo de nuevo aquel informe amasijo de hierros, tornillos y ruedas que constituía el interior de una caja enorme donde debía haber una bicicleta, eso compramos al menos, una elemental bicicleta de toda la vida, con un manillar, un sillín, dos ruedas, unos pedales y una cadena.
            Tengo la suerte de que mi mujer posee una gran imaginación visual, no obstante es pintora entre otras cosas, y una especial habilidad para los trabajos manuales. De modo que ella dirigía las operaciones de ensamblaje y yo me limitaba a apretar las tuercas con todas mis energías, para que el regalo de marras estuviese dispuesto a la mañana siguiente. Ni que decir tiene que, mientras mi mujer se devanaba los sesos intentando encajar todo aquel desparrame metálico que dejamos en el suelo, yo blasfemaba en arameo y sudaba sin conseguir del todo el propósito  de darle forma definitiva a aquel pequeño plano en clave misteriosa que habían adjuntado a las piezas con el objetivo quizás de torturarnos a ambos  unas horas antes de que llegaran los tres Magos de Oriente y nos dejaran de una forma misteriosa justo aquello que les habíamos pedido.
            Ya andaba yo nervioso, porque casi los veía venir y, sorprendidos por nuestra presencia molesta, volverse otra vez a las tierras calcinadas de donde venían sin dejarnos ni siquiera unos míseros pedazos de carbón.
            Como siempre, fue mi mujer la que consiguió, ya a altas horas de la madrugada y con los ilustres visitantes a punto de aparecer, resolver la ecuación de tercer o cuarto grado en que consistía aquel caos de piezas sueltas que yacía a nuestros pies.
            Yo creo que si dilucidar el enigma de la bicicleta desguazada y vuelta a recomponer, seremos capaces incluso de solventar asuntos más peliagudos, y hasta es posible que llevemos a buen puerto y hasta el final este barco, no siempre estable ni seguro, del matrimonio, en el que tantos naufragan últimamente. A lo mejor, más de uno necesita una larga sesión de bricolaje con un oscuro e ininteligible manual de instrucciones.
            Hoy por hoy ya no es posible comprar nada, si no es a trozos, despedazado de manera conveniente  en el interior de una envoltura cualquiera, donde encontraremos, sin lugar a dudas, un siniestro, inescrutable e ilegible manual de instrucciones.
            Quizás, si tomara aliento, me cargara de toda la paciencia del mundo, desplegara con lentitud el prospecto de letra diminuta y me aplicara confiado y sereno al desciframiento concienzudo de cada  una de las órdenes y reglas, ilustradas vagamente en los gráficos intrincados y en las oscuras fotografías, numeradas y dispuestas para que una mente más clara que la mía, más inteligente tal vez, pueda seguir las enseñanzas que encierra el impenetrable catálogo de disposiciones y directrices, sería capaz, al cabo de algunas horas de sufrimiento, sudor y pesadumbre, de componer una elemental, discreta, cómoda y sencilla mesa de escritorio.
            Con lo fácil que es elegirla en el sitio, pagarla en la caja y cargarla en el maletero del coche.  Sin llevarte trabajo a casa ni tomar disgustos.


                                              

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