ARSENIO SÁNCHEZ NAVARRO. UN
MORATALLERO ILUSTRE Y UN AMIGO
Reconozco que lo conocí muy tarde
y lamento que haya sido así, porque de haber tenido más tiempo, habríamos
compartido más cosas y nos habrían unido otros asuntos, demás de su amor
incondicional a Moratalla y de su inclinación por la literatura, aunque era todo
un personaje en el mundo de los negocios, y dedicó buena parte de su vida a
levantar ese emporio del que fue secretario durante muchos años, llamado FREMM.
Un
amigo común me advirtió hace más de tres lustros de que conocía a un
compatriota mío que se refería a mí y a mis libros en un tono muy elogioso y
con absoluta admiración. Es posible que, en un alarde de modestia, no le
concediera yo entonces demasiada importancia, hasta que un día me informó de
que aquel hombre acababa de publicar un libro donde escribia sobre nuestro
pueblo y me dedicaba unas palabras ensalzando mis libros y poniéndome como
ejemplo de moratallero ilustre. “De Moratalla a Murcia” se titulaba aquella
obra y en ella tenía la generosidad de referirse a mi persona en términos
excepcionales, sobre todo teniendo en cuenta que todavía no nos habíamos
saludado siquiera: “El escritor y poeta moratallero, posiblemente el más
grande, Pascual García…” y proseguía transcribiendo uno de mis poemas donde se
reflejaban los recuerdos del frío en la infancia y la emoción de la nostalgia.
No
tuve más remedio, por supuesto, que llamarlo por teléfono y, como hago siempre
que alguien escribe bien sobre mí, agradecerle en primera persona su comentario
encomiástico. En aquella conversación ya me di cuenta de que estaba ante un
personaje excepcional, no sólo inteligente y lúcido, sino dotado de una
humanidad fabulosa, cercano, discreto y tan humilde como suelen serlo siempre
los hombres grandes.
Como
yo, como la media moratallera, Arsenio Sánchez Navarro era un hombre de
estatura baja, pero de una personalidad enérgica, resuelto y amable al mismo
tiempo, franco y afectuoso, decidido, afable y sencillo como un hombre que había
vivido mucho, había reflexionado bastante y se había diseñado una idea sobre la
vida y el mundo tan real como afectuosa.
Durante
algunos años, bien es verdad que no muchos, fuimos encontrándonos en diversos
foros, leyó mis libros que fui regalándole con mucho gusto, porque me constaba
que era un gran lector y un lector exigente, y nunca dejó de hacerme alguna
observación siempre cordial, orgulloso de compartir conmigo la tierra de
origen, de proclamarse moratallero como yo. Reconozco que cuando uno encuentra
a un ser humano de la valía profesional e intelectual de Arsenio, de su talante
liberal y desprendido, de su carácter risueño y hospitalario, y alcanza el
privilegio de ser amigo suyo, pese al escaso tiempo que nos otorga la vida, la
experiencia resulta inestimable y la huella que deja su ausencia, ahora que ya
no se encuentra con nosotros, imposible casi de ocupar de nuevo.
Es
verdad que los amigos los tiene uno como un privilegio quizás inmerecido,
porque a veces no les dedica el tiempo y el interés que debiera; tal vez por
eso, son amigos, porque no exigen nada, porque están cuando uno los necesita.
Yo puedo decir que Arsenio estuvo en el momento en que me hizo falta su buena
mano, su prodigalidad y su devoción a cuanto yo había escrito.
Me
gustaría corresponderle ahora, en estos momentos de tristeza y de ausencia;
mandarles desde esta página un abrazo a su viuda y un apretón de manos a sus
hijos, expresarles mi sentimiento y
acompañarlos en su dolor, que también es el mío, porque todos los días no nos
deja un moratallero de su talla, un
hombre de bien y un amigo. Descanse en paz.
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