miércoles, 27 de marzo de 2013



¿A QUIÉN QUIERES MÁS?



Iba uno de muchacho con sus padres a dar una vuelta por la Calle Mayor o por La Glorieta, si era un día de fiesta grande, o de visita a casa de unos familiares, y siempre te encontrabas a alguien que te hacía esa pregunta tan estúpida como impertinente, tan obvia como inadecuada, mientras tus progenitores te miraban y sonreían, como si se pudiera dudar por un solo instante entre una opción y otra, teniendo en cuenta el pequeño detalle de que es tu madre la que te lleva nueve meses en su barriga, la que te pare con dolor, al menos en aquel tiempo, la que te alimenta y te cuida durante casi toda su vida hasta que muere, pierde el sueño en los primeros meses y no ve más que por tus ojos y no siente más que por todos y cada uno de tus sentidos.
            También soy yo padre y conozco el amor inmenso que he ido acumulando desde que nacieron mis dos vástagos, la ternura, la admiración, el mimo, la preocupación y el orgullo que experimento cada vez que pienso en ellos. Pero me niego a competir con mi esposa en esto. Ella ganaría siempre y con razón.
            Recuerdo que yo solía contestar al modo salomónico, aunque mentía como un bellaco. Claro que quería a mi madre y a mi padre, pero, en absoluto, del mismo modo. Es más, no creo que nadie pueda querer con la misma intensidad al uno y a la otra, salvo que medien problemas psicológicos de alguna clase. Uno es hijo de su madre desde el origen y para siempre, y en el camino se encuentra a un hombre, de gesto severo, que además de abrazarlo con rudeza, pone orden en su vida, le recrimina de forma constante su comportamiento y, si al caso viene, le da algún azote. Es verdad que una madre te los da también, pero ella siempre lleva razón y, si no la lleva, terminamos por dársela.
            Aquellos eran unos años de un paternalismo atroz, pues en la tierra nos gobernaba con mano dura un hombre y desde el cielo se asomaba otro hombre de rostro barbado y gesto adusto. Cuando abríamos los libros de la escuela, descubríamos la figura bizarra del Cid, el busto desabrido de Lope de Vega o de Cervantes, mientras que las mujeres solían llevar hábito eclesiástico o eran tan poco agraciadas y tenían tan mala fama como Isabel de Castilla.
            No cabe duda de que aquel era un mundo de hombres, donde las mujeres decían más de lo que, en principio, se les permitía decir, pero siempre de puertas para adentro, con autoridad pero en voz baja.
            El patriarcado, como modelo antropológico no resulta ni tan antiguo ni tan razonable como su versión opuesta, es decir, la mujer como centro de la tribu y de la vida, pues de lo que nunca ha habido duda es de que cada uno de nosotros procede de su madre, sobre todo en aquellos días en que nacíamos en los dormitorios matrimoniales, y no intervenían personas ajenas a la familia en el parto. De hecho en alguna tribu y en alguna época el matriarcado fue la norma, y nadie se preocupaba de quién era su padre, sino tan solo de la mujer que debía darle de mamar y debía protegerlo. La leona atiende a sus cachorros y caza también para ellos, mientras el macho dormita durante horas en la extensa sabana. Los pastores de cabras o de ovejas no necesitan tantos carneros y machos cabríos como cabras y ovejas para criar sus rebaños, con unos pocos les sobra para cubrir a la manada; el toro bravo que se lidia en las plazas recibe el nombre en masculino de su madre, pero también recibe la bravura; de hecho únicamente se tientan hembras en las fincas para seleccionar la mejor raza.
            Mi padre siempre prefería un perro, un gato o cualquier otro animal hembra, porque aseguraba que eran más inteligentes y más leales, llevaban en su condición y en su instinto animal la enorme responsabilidad de engrandecer la especie, de protegerla y de perpetuarla. Tampoco en las colmenas eran demasiado importantes los zánganos, cuya labor reproductora constituía la totalidad de su participación en el enjambre. No es excepcional que en determinadas especies, cuando la hembra consigue ser fecundada, se deshaga del macho, como si ya no tuviera otra utilidad y, en cambio, suponga una carga onerosa para el resto de los individuos.
            Reconozco con pudor que mi supuesto feminismo está basado en una excelente y muy cómoda relación con la mayor parte de las mujeres de mi vida, que me lo han hecho muy fácil todo y me han permitido desarrollar  mi tiempo y mis capacidades, desde mi madre, que me preparaba la leche y los bocadillos cada mañana, realizaba todas las labores de la casa y me atendía en cada detalle hasta mi esposa que a todo lo anterior ha añadido  el cuidado de mis hijos y ese imprescindible mimo amoroso que permite a hombres y a mujeres disfrutar de la piel y los sentidos en absoluta libertad.
            Por eso, educo a mis hijos para que respeten a su madre y la distingan siempre de mí, porque no me importaría en absoluto que a la pregunta del inicio de este artículo respondieran sin coacciones y sin prejuicios, con la verdad por delante.
            Por cierto, ¿a quién quiere usted más, a su padre o a su madre?
           
           
                                               

1 comentario:

  1. ...traigo
    ecos
    de
    la
    tarde
    callada
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


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    PASCUAL


    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
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    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE DJANGO, MASTER AND COMMANDER, LEYENDAS DE PASIÓN, BAILANDO CON LOBOS, THE ARTIST, TITANIC…

    José
    Ramón...


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